Sendero en llamas Era torrente en llamas fluyendo de tu casa hacia la mía, cuadriga de oro y luz, que no requiere la mano del auriga, pues sabe su camino, como sonámbulo en la noche tibia. Los corceles del tiempo rebotaban sus cascos en la tierra, y repetían rítmicos el sonido cuatro a cuatro, como de quien se acerca, y se retira. Ese torrente en llamas, reventando por tus ventanas, en la lejanía, desbordando las tapias del camino en la tarde dormida, viene hacia mí. No ha habido mensajero más elocuente o de menor intriga. Sus mudos gritos saltan, se retuercen, en espasmos de blandas sacudidas, traduciendo las tuyas en voz de fuego y saturnal de ninfas. Ese río de llamas no se detiene ante mi puerta, arrima sus lenguas ondulantes a mi casa, quiebra ventanas, se me adentra y gira en torno a mí en anillos dionisíacos, y me envuelve, me estrecha, me domina. Es el momento de partir. Me esperas el alma en brasa, el tacto en acogida cayendo el albornoz, abierto el lecho, y toda voluntad, y algo de intriga. Sigo el camino en llamas que recorrí otras veces a hurtadillas, cuando tu casa no era sólo tuya, pero tus ansias ya eran sólo mías. Ah, los húmedos besos de tus labios, la voluptuosidad de tus pupilas, el abrazo invisible de tu espíritu, y el arrebatador de tus rodillas. Llevo alas en los pies, y erguido el sexo; vete abriendo la puerta, amada mía.
Los Angeles, 7 de febrero de 2010
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