Si una mitad se va Nunca nos queda la mitad de todo lo que hemos aportado. Si uno se va, parece que se lleva todo el calor, la luz, el arrebato, dejando hielo, sombra, y abandono; y si no se lo lleva, en el naufragio lo absorbe el mar, perdiéndose con idéntico, triste resultado. Todo parece igual: Ventea, llueve, a la primera luz cantan los gallos, se abren las rosas o se caen las hojas, nieva en las cumbres, se endurece el barro; se repiten los ciclos de la vida a toques de bondad, o a machetazos. Pero será atropello en nuestro entorno, cicatrices, cerrojos, cenotafios. El ángel del dolor tiende sus alas sobre los corazones solitarios, pero no les consuela, les confunde, les obliga a brindar con vino amargo por las aberraciones de la vida, y el enmudecimiento de los cantos. Todos hemos perdido algunas veces, todos hemos sentido nuestras manos perforadas a golpes de martillo por los siniestros clavos del abandono, el fraude, la insolencia, de falso amante o de fingido hermano. Y cuando descendemos por fin de ese calvario, vemos la brecha abierta en nuestra entraña, por donde huyeron pétalos y pájaros, todo cuanto fue bello, por donde ingresan soledad y llanto. Queda el recuerdo, es cierto, aunque a menudo maltrecho, envenenado. Nunca nos queda la mitad de todo; si una mitad se va, se lleva tanto… Los Angeles, 7 de febrero de 2010
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