En un pueblo había quedado un solo árbol
que ya moribundo languidecía en el yermo
de una tierra mutilada por la ignorancia y la ambición.
Fue en esa época que aparecieron
extrañas enfermedades y de un minuto
a otro fueron dejando ciudades y pueblos vacíos.
Nadie sabía qué hacer y la desesperación
se convirtió en el dueño de esos pueblos,
donde la única esperanza estaba cifrada
en la ciencia del futuro.
Fue en esos días que algunos escucharon
hablar de un anciano que vivía escondido
y que ocultaba la única medicina
capaz de curar el extraño mal.
Cuando algunos llegaron hasta su morada
les dijo con voz firme y serena: -
Vayan al único árbol que les queda...
Abrácense a él fuertemente, pídanle perdón....
y veran los resultados.
Los más desesperados que se arrastraban
por esas tierras que en el pasado habían conocido
progreso, corrieron hacia el último árbol,
se abrazaron con desesperación
a su tronco y pidieron clemencia.
Aquellos que estaban presos de terribles dolores,
vieron maravillados que empezaban a sentir alivio.
El milenario árbol crujía y pese a estar próximo
a su fin, derramaba vida y salud
a todos aquellos que se abrazaban
fuertemente a su tronco.
Pronto las lágrimas del dolor
y del arrepentimiento de miles
abrazados a sus raíces,
fueron cubriendo de agua esa tierra moribunda.
¡Por fin había algo que los podía curar!
¡Cómo no lo habían visto antes,
pues la medicina estaba en el último árbol!....
Al cabo de un tiempo la gente empezó
a cuidar este último árbol que les quedaba
y rogaban para que viviera y les diera semillas
para plantar nuevos árboles.
Entretanto, las lágrimas del dolor
y del arrepentimiento se convirtieron en un nuevo río
y éste empezó a bajar por las laderas
y fue calmando la sed de esta tierra erosionada,
donde nuevas plantas y flores empezaron a vivir.
El anciano de la montaña tenía razón
pues la medicina está en el Árbol,
primer hogar de los hombres
y respiración de todos los seres vivos.