Hace muchos años, las relaciones entre padres e hijos eran bastante más
distantes que ahora: no se tuteaba al papá o a la mamá, se hacía exactamente lo
que ellos decidían, incluso en temas tan importantes como con quién nos
casaríamos o qué carrera estudiaríamos.
En la actualidad, la relación es mucho más
cercana e informal. Se han derribado muchas barreras pero también se han
desdibujado un tanto los límites que los mayores debemos poner.
Muchos han tenido padres estrictos y por eso hoy intentan ser más
condescendientes y laxos al momento de ser padre o madre. O entienden que los
tiempos han cambiado y por eso conviene ser bien flexibles en la educación de
los niños.
Claro que se puede y es bueno ser compinche y tener “buena
onda” con los hijos, pero respetando los roles que cada uno tiene. La
pérdida o la falta de autoridad no permiten que ese niño o esa niña reciban una
educación apropiada. Se pueden establecer límites y disciplina con firmeza y, al
mismo tiempo, con cariño y dulzura. Es más trabajo “pintar la
raya” y negarles cosas a los chicos en vez de decirles que sí a todo y
quedar siempre bien. Esto puede parecer en principio un mejor vínculo, pero, en
realidad, es una falta de ubicación en el papel que nos toca desempeñar dentro
de la familia que constituimos.
El mayor problema con buscar ser amigos es que parecería que los dos miembros
de esta relación están al mismo nivel y no es así: el vínculo entre padres e
hijos no es simétrico. Intentar que lo sea genera una pérdida de control y dudas
con respecto a los papeles que cada uno tiene que cumplir. Esto repercutirá en
la personalidad adulta que estos niños están forjando hoy en día e incluso puede
provocarles una sensación de inseguridad, ya que no se sienten contenidos, no
saben con claridad hasta dónde pueden llegar o cuáles conductas son apropiadas y
cuáles no.
Los padres y las madres educan a los hijos. Este es su rol
básico. Es importante que tomen las decisiones con respecto a la vida de sus
niños, con responsabilidad, por supuesto que teniéndolos en cuenta, pero dejando
en claro que ellos son los mayores a cargo. Esta clase de crianza da lugar a
adultos responsables que saben qué lugar ocupan en cada momento y situación de
su vida y cuentan con herramientas apropiadas para salir adelante y llevar una
vida plena.