Yo creo que quien más quien menos en estos días hemos comentado lo increíble que es la
actitud de los japoneses ante
uno de los mayores desastres que se recuerdan. Y creo que no nos deberíamos quedar en la mera anécdota de decir "
estos japoneses son la leche". Podemos comentar como anécdota el ver cómo vienen de turismo con sus cámaras y sus sonrisas o cómo duermen en esos "nichos" tan peculiares. Pero ver de qué manera tienen arraigados unos
valores profundísimos que les permiten no caer en la vulgaridad en los peores momentos, es algo que me pone
la carne de gallina.
Es muy fácil mantener la buena actitud cuando las cosas van bien. Tambíén es sencillo tener coraje y sangre fría cuando
otra persona pasa por un problema (damos consejos y somos un poco "gurús") pero es igualmente fácil vernos
caer en la histeria, la depresión, el desánimo, la pereza, la insolidaridad o el egoísmo (y a veces, precisamente esos "gurús de la actitud" son los primeros) al primer dolor de muelas, problema económico o desamor.
Los valores de los japoneses, muchos de ellos compartidos por los diferentes pueblos orientales, nos deberían servir de ejemplo, de modelo, para provocar un
cambio drástico en nuestra cultura, en nuestra forma de pensar y, urgentemente, en la forma en que estamos
educando (sobre todo con el ejemplo) a nuestros hijos.
Ver una nación
literalmente resquebrajada, pero con los valores intactos, en donde no se propician los saqueos, en donde el heroísmo es simplemente lo que hay que hacer, en donde las circunstancias siempre están por debajo de la actitud, en donde la calma en los momentos de tensión hacen que el drama haya sido muchísimo menos dramático, nos debería hacer recapacitar, en serio. A veces lo nuestro parece una sociedad intacta con los valores resquebrajados.
Recuerdo como unos amigos que estuvieron en Japón en la época de la histeria de la Gripe A (por cierto, ¿qué fue de ella?) y allí vieron muchas personas con mascarilla por la calle. Comentaron este hecho con quien les guiaba por allí, un español bien conocedor de la cultura japonesa, y éste les confirmó que, en efecto, las llevaban por la posibilidad de la transmisión de la gripe. Pero no, no era por la posibilidad de ser contagiados,
sino ¡¡por la de transmitirla!!. Quienes llevaban la máscara eran los que pensaban que podrían ser portadores del virus y, como lo más natural del mundo, hacían lo posible por no perjudicar a su prójimo.
En fin,
gracias Japón por demostrar que el ser humano no es ese ser egoísta, a merced de las circunstancias y sin valores que en ocasiones podría parecer el modelo que nuestra sociedad occidental promueve