Cuentan que el escritor mexicano Alfonso Reyes fue sorprendido por su mujer, en la biblioteca de su casa, en situación, digamos, indecorosa, con su secretaria.
Su mujer, estupefacta, acertó a decir:
- Estoy sorprendida.
El interfecto, con gran entereza, pese a lo comprometido de la situación, apostilló:
- Estarás estupefacta; el sorprendido soy yo.
Y es que siempre hay que hablar con propiedad.