José Luis Rodíguez Zapatero, hoy mismo: “No estamos contemplando tocar los tipos del IRPF”. Si eso no se contempla, ¿alguien sabe qué estaba mirando el ministro de Fomento estas últimas semanas? Palabra de José Blanco, 26 de agosto: “Cuando hablo de subir los impuestos a clases altas, me refiero a aquellos que declaran, por ejemplo, más de 50.000 euros”. La capacidad del equipo de Zapatero para regatearse a sí mismo no conoce límites.
Los problemas del Gobierno con la comunicación no son nuevos, pero este agosto se han superado. El Ejecutivo ha sido capaz de quedar mal con algo impopular que no va a hacer –subir el IRPF– y también con algo popular que sí ha hecho –ampliar los subsidios a los parados–. Ni a propósito.
Pero lo peor de tanta autozancadilla es que complica las reformas que necesita la política fiscal española, donde lo de menos es el IRPF. En realidad, no hace falta que los que más tienen paguen proporcionalmente más impuestos; no sean utópicos. Yo me conformaría con que los ricos pagasen los mismos impuestos que el resto.
Mientras el G20 arrincona a los paraísos fiscales, a los ricachones de aquí la cosa no les preocupa, que para eso tenemos las SICAV, donde el capital cotiza al 1%. España es también uno de los pocos países de la UE donde los empresarios declaran ganar, de media, menos que sus trabajadores. Según un informe del sindicato de los técnicos de Hacienda, el 75% de los empresarios cotiza como mileurista. A la vista de estos datos, es obvio que la mayoría de las empresas españolas son más bien una ONG, en la que el pobre patrón se sacrifica para que el obrero pueda ganar 14 pagas. Y encima les quieren subir los impuestos, no hay derecho.