Justo al final de la boda, se presentó el señor feudal, elegantemente atavíado en su caballo de guerra, y dijo: -Vengo a por lo que me pertenece, la primera noche nupcial. La pareja aceptó de buen grado. Dos meses estuvo el ilustre señor feudal sin poder cabalgar en su blanco corcel y maldeciendo a los cuatro puntos cardinales, pues el rey, haciendo uso de su sentido de la libertad y los buenos fueros, acababa de aprobar los matrimonios homosexuales.
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