¿Es viable un territorio con el 34 por ciento de paro y otro tanto bajo el umbral de la pobreza, a 1.500 kilómetros de Europa, o esos índices terribles y semejante distancia proclaman la quiebra de la sociedad? Si hablar en tales términos, por un instante, consintiéramos que no causa alarma -secuestrados por miedos y anatemas, disimulamos este vaticinio-, iríamos al grano en vísperas del 14-N: Canarias corre peligro.
Los muy pronto 400.000 parados y ese tercio de pobres (entre dos millones) desbordan la capacidad de cobertura del sistema público y recaban ayuda en círculos familiares y altruistas de la sociedad civil.
Donantes como Amancio Ortega (cedió 20 millones a Cáritas) necesitaríamos unos cuantos en esta tierra para cubrir los agujeros de las cuentas estatales y de la comunidad para 2013.
Pero son unos agarrados y no sueltan prenda. Hay una palabra ahora en boca de todos: emergencia. Otras palabras nublan la percepción de los hechos. Esta, no. El año 13 de este siglo ya despunta como el annus horribilis de la crisis (de “terrorífico” lo tildó Paulino Rivero en el Parlamento como si cantara bingo en el casino del infierno) y como el punto final. Para lo bueno y lo malo. Para empezar la remontada y para que quienes no aguanten más rompan a agreciar sus protestas. (Me temo que inventé una palabra). Por suerte, no ha habido un estallido social, pese al auge de agiotistas y aprovechados. Pero ahora, en rigor, cabe temer que el vaso se desborde en serio. La última gota. ¿Acaso los próximos despidos presupuestados o los recortes del rescate? Ya se habla de ciudades fallidas como Jerez de la Frontera (todo falla: limpieza, alumbrado, transporte público, funerarias…). El problema canario actual no se llama soberanismo. Sino trabajo y pan. Ni La Moncloa, ni La Zarzuela ignoran… No hay árboles entre Madrid y las islas que impidan ver el bosque, sino mucho mar. Y se necesitan gafas de lejos.![](/images/emoticons/lentes.gif)