| La rueda de la fortuna gira y yo estoy dentro de ella. Las palomitas de maíz se caen dentro de mi escote y se anidan en el hueco que forman mis pechos. El caramelo me deja pegoteada y la rueda se mueve cada vez con mas fuerza. No puedo parar de reírme, el alcohol se me sube a la cabeza y mis ojos se vuelven amarillos producto de la espuma que comienza a salir de ellos. Ahora, solo veo burbujas que me hacen pensar que estoy siendo arrastrada hacia la orilla del mar. La rueda de la fortuna se detiene y mi pequeña fortuna se acaba con ella. Son las doce menos cuarto. En menos de quince minutos debería estar sentada dentro del mutante autobús que me llevaría de regreso a casa, pero no esta dentro de mis planes irme de aquí hasta que me haya ganado un rojo oso de peluche en el juego de los patos y la escopeta. Pero en fin.
No encuentro donde están los patos ni menos donde esta la escopeta. Comienzo a correr desesperada en su búsqueda pero un luminoso carrito de algodón de azúcar me hace detenerme tan rápido como un auto a punto de caer a un barranco. Reviso los bolsillos de mi pantalón y me doy cuenta de que ya no tengo nada, me lo he gastado todo. Trato de pensar cual podría ser la solución. Lo único que quiero en este momento es manchar mis labios con un jugoso algodón de azúcar. Saco de mi muñeca izquierda un antiguo reloj de cuarzo que alguna vez fue de alguno de mis abuelos... Esta es la única solución que se me ocurre, pero no hay nadie encargado del carrito. Espero unos minutos sentada sobre mis rodillas, mis párpados se cierran y la cabeza esta apoyada sobre mis manos. Como mis ojos están cerrados tengo la libertad para imaginar lo que se me dé la gana. Imagino que estoy tendida en una abultada cama y que desde el cielo caen miles y miles de algodones de azúcar, todos tienen distintos colores y por supuesto distintos sabores. Mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm...
De pronto, una silueta de negra melena se acerca lentamente hacia mí. Mis ojos brillan y los latidos de mi corazón se aceleran. Me siento como una niña. Ahora me siento como una estúpida, él caminaba pero no en dirección hacia mi sino hacia el luminoso carro de los algodones de azúcar. Me observa y me regala una sonrisa dibujada por dulces, yo le regalo ahora una sonrisa gigante dibujada por el deseo. Toma entre sus manos el más grande y delicioso algodón que hay dentro del carro y lo deposita en mis manos. Debo entender que esto sea un regalo. Me paro en punta de pies y le regalo mi lengua y mis labios pegajosos, él pone sus manos en mi cintura y me susurra al oído que vayamos a dormir al escondite de la vuelta de la esquina. Con mis pestañas apruebo su invitación y comenzamos a caminar. Para otra vez será la matanza del pato que me dará como premio el rojo oso de peluche. Para otra vez será.
Salimos por la parte trasera del parque de diversiones, dejamos el carro escondido entre unos matorrales y nos largamos a reír sin razón aparente. Sus ojos brillan y al reírse mueve su cabeza hacia atrás haciendo que su pelo se escape y le deje el rostro al descubierto. No puedo dejar de observarlo y de imaginarlo desnudo en algún rincón de la casa que esta a la vuelta de la esquina. Comenzamos a caminar y el sonido de las hojas secas bajo los zapatos me recuerda algo que en este momento no puedo recordar. Todo el camino es muy obscuro y da la impresión de estar recorriendo un laberinto que nos llevara en dirección al acantilado. De pronto, y como salida de la nada una puerta se nos presenta en la punta de los pies, con sus dedos me hace una señal de silencio. Ahora estoy completamente en silencio, ya no le podrá molestar ni siquiera el sonido de mi respiración.
Se pone de rodillas sobre el suelo y con sus dos manos comienza a hacer fuerza hasta que la puerta logra abrirse. Desde aquí arriba solo puedo ver una escalera que marca el descenso. Me venda los ojos antes de bajar. Bajo sigilosa y extrañada por lo raro de la situación, al llegar al ultimo de los peldaños respiro y busco sus labios para morderlos. Cuando los encuentro me quedo ahí, quieta, quietita. Se para tras mi espalda y me quita la venda de los ojos. Me quedo helada.
Al centro del salón esta coquetamente posada una alfombra negra de largos y calurosos pelos, la miro atenta, detenida y con la cabeza en las nubes llena de las mil y una fantasías que me estoy imaginando en este momento. De lo que aparenta ser un patio trasero comienza a escucharse el melancólico sonido de una vitrola. Él parece no escucharla, pero yo no creo que sea eso. Ya la debe haber escuchado tantas veces al comienzo del rito que la melodía pasa inadvertida ante sus tímpanos. Me saco los zapatos, estoy exhausta. Mentira. !!
Me saco los zapatos y me recuesto sobre la alfombra de la manera mas intimidadora que alguna vez se me haya ocurrido. Sonrío. Sonríe. Se apoya en un muro resquebrajado y enciende un cigarrillo, juega con su cinturón y con los botones de su camisa. Yo a la distancia comienzo a quitarme la ropa lentamente, hasta quedar completamente desnuda recostada sobre la alfombra que me acaricia. Le entrego una sonrisa y un juego con mis manos, le insinuó que venga, que no se tarde, que ya es demasiado tarde, pero el infeliz me hace esperar mientras mancho mi entrepiernas con saliva pegajosa. Me recuesto y juego con mis pechos para ver si así se motiva y corre a morderme y a comerme en mil pedacitos, a besarme como si esperáramos el fin del mundo, como si nada mas nos fuera a importar jamás, solo el roce de los cuerpos que emanan la lujuria y el deseo desordenado y entrometido. Se recuesta sobre mí y le araño los glúteos, susurra pequeños quejidos que hacen que me den ganas de hacer todo lo que quiero con él, hacer lo posible y lo imposible si es necesario, le regalo gritos, quejidos y suspiros que me llevan a estar a un par de segundos de llevármelo conmigo a un oculto lugar que todavía no se ha inventado, que poco a poco se va inventando con el entrar y el salir de su sexo húmedo y erecto en mi vagina que se esta volviendo tan loca como yo. Sus dedos están ahora dentro mío y mi lengua recorre hasta el ultimo rincón de sus encías y sus dientes, hasta creo que estoy haciendo mía su garganta y todos sus alrededores, estoy ardiendo, lo deseo y me muevo como una loca para sentirlo mas y más dentro mío.
Lo muerdo, lo araño y le susurro al oído que estoy ansiosa, deseosa, esperando el momento del sacrificio, esperando el momento en que por fin podamos estar sobre el monte que nos permitirá divisar las cruces de los caídos en el momento de la búsqueda, en el momento del orgasmo asesinado por el ruido del teléfono, en el momento de la bofetada de manos frías sobre los sexos erectos y en el momento final de la separación de los músculos excitados que ya quieren sentir otras texturas. Mi respiración esta cada vez mas agitada, su rostro no para de transformarse y sus uñas no logran quedarse quietas al contacto con mis piernas. El lugar comienza a ponerse frió y el sonido de la vitrola se ha quedado detenido en el mismo tema, se repite y se repite la misma situación una y mil veces.
Una y mil veces. Una y mil veces... La felpuda alfombra me abraza y me entrega el calor necesario que necesito en este momento en que los cuerpos ya se han puesto fríos, de mi boca comienza a salir vapor de niebla y mis pestañas se crispas y se tiñen de escarcha.
Sus mordiscos en mi cuello me hacen entibiar la punta de mis pechos y estos comienzan a ponerse blandos y a ofrecerse de manera gratuita y desinteresada, sus manos los anidan y los frotan hasta quedar nuevamente erectos y sonrientes. Los bellos mal depilados de mis piernas también toman vida propia y siento temor de rasguñar su cuerpo o de hacerlo sentir incomodo, pero nada, parece que todo esta casi perfecto. Como dije alguna vez por ahí, la locura es ahora casi perfecta. Nos movemos cada vez con mas fuerza hasta quedar con los ojos dados vueltas y con el sentido de la ubicación absolutamente bifurcado. No se para donde voy ni para donde pretende llevarme. Quiero rozar mis pechos con esponjoso algodón de azúcar que poco a poco comienzo a exigir a gritos. El se detiene, cubre su sexo con sus manos marchitas y camina en dirección a no sé dónde. Lo espero ansiosa con la boca seca y con la angustia de sentir la tibia textura de un cigarrillo quemando mis labios, reviso mi bolso y no encuentro nada.
Sigo esperando. Han pasado mas de tres horas y el príncipe de algodón no ha regresado. Ya no va a regresar, pero yo tampoco me voy a ir de aquí. Estaré recostada en esta cariñosa alfombra hasta el momento de su regreso, frotare mi sexo con mis propias manos simulando que son las de el y morderé la distancia.
En la distancia. Me pongo de pie y derramo algunas lagrimas mirando a través de la pequeña ventana que me golpea deprisa. Que refleja mi rostro que espera y aterra. Que espera por un algodón de azúcar que ya debería de haber llegado, luego del ultimo beso, luego del ultimo abrazo.Un pato
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