En el ave se liga mucho. Pasado el desagradable episodio del bofetón injusto que recibí, me fui a la cafetería a quitarme el disgusto, no sin antes lanzar una mirada de desaprobación a nuestro protagonista.
Al regreso, ya sosegado, me aposenté y me dispuse a ver la película con aire contrariado, y en el asiento de atrás, aprovechando que había escasez de pasajeros. En esto que aparece una mujer espectacular acompañada del revisor y señalando éste el lugar vacío que yo había dejado junto a Papaoso, oigo que le dice: -Allí, señorita, al lado del chico gordo.
La despampanante mujer se acomoda junto a Papaoso y no a mi lado, como yo hubiera deseado. Es como si el destino me quisiera jugar una mala pasada. Al poco observo que entre risas y zalamerías quedan para verse en Sevilla al día siguiente, mi compañero de viaje y la top-model. Se había establecido entre ellos una corriente de simpatía que en el caso de Papaoso se convirtió en pasión desbocada.
Al bajarnos del tren en Santa Justa, con mi peor intención le digo a Papa:
-Te significo que mañana es jornada intensiva para los técnicos y que los comerciales tenemos el día de ocio…., y si intentas escaquearte me chivo.
Lo que es la amistad. Lo tuve a huevo, pero no fui capaz. Tuve varios encuentros con el gerente, y a pesar de lo mal que se me da mentir, le juré que Papaoso se encontraba en estado lamentable en su habitación con 39ºC de fiebre y vómitos. Así justifiqué su ausencia al curso de ese día.
Por lo que a mí respecta me salió todo mal. Siempre he sido algo gafe. Me han pasado muchas. Viajé a París a ver la Torre Eiffel y al aterrizar en Orly el avión reventó una rueda; cuando por fín llegué a la Torre, estaba en proceso de limpieza y por ende cerrada. Una enorme sábana sostenida por andamios la cubría. Tiempo después voy al dentista para un empaste y justo cuando estaba en el sillón con la boca abierta, irrumpió un atracador pistola en mano y se llevó todo lo que el facultativo guardaba en sus cajones y mi cartera. Estando en la playa de Torredembarra haciendo exhibición de mis variados estilos en natación, de repente choqué con un bulto; era un ahogado. En otra ocasión, me llevé a merendar a mi primer novia y al llegar al café elegido, se derrumbó la marquesina. Yo salí indemne del desastre pero mi novia se quedó lela de por vida. Le cayó en la cabeza la” F” luminosa de “CAFÉ” .
Me acerqué a ver un concurso de pesca a un muelle y uno de los participantes al lanzar la caña hacia atrás me clavó el anzuelo en el ojo. Pez más gordo imposible, pero el jurado no me aceptó como pieza válida. Mis primeros ahorros los deposité en un banco que meses después se declaró en quiebra.
No sigo, pero así ha sido casi toda mi vida. No pretendo inspirar lástima, pero si que comprendáis a veces mis desvaríos, porque cuando ya parecía haber echado fuera todo el maleficio, cuando las cosas empezaban a funcionar, va y me toca como compañero de trabajo a Papaoso.
Ignoro si algún día cambiará mi suerte.