El alma de la rosa
Amanecen en ti cielos perdidos
que un día fueran éxodos y llamas,
y sobre mí en voracidad derramas
dulce perfidia de ángeles caídos.
Obra son de Luzbel tus alaridos,
pues de su lúbrica obsesión te inflamas,
y enumeras tus noches por las camas
que te abrieran adúlteros maridos.
Nada hay en ti sino voraz lujuria.
Te entregas y avasallas con la furia
salvaje de la mantis religiosa.
Gozo de cuanto ofreces y demandas,
ya a fuego lento o a acrobacias blandas,
pero te falta el alma de la rosa.
Los Angeles, 23 de enero de 2010
Soneto Nº 2310 de Francisco Alvarez Hidalgo
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