Perdón, no se llamaba Nené, era Susi.
Susi tenía un novio llamado Rodolfo que era boxeador retirado de los pesos welter, trabajaba de portero en una discoteca de poco prestigio y malas compañías. Sacudía a los que bebían más de lo debido y a los que miraban con mirada lasciva a Susi. Pero a mi amigo Ricardo nada se le ponía por delante en cuanto a su enamoradizo corazón. Algunas mujeres no son discretas, de manera que la gota que colmó el vaso fue cuando ella le entregó a su novio el siguiente escrito que firmaba Ricardo: “Susi, mañana a la noche/ vendré a buscarte en mi Volvo,/ nada mejor que un buen coche / para que echemos un polvo.”
Se quitó la gorra de portero, entró a la discoteca, agarró a Ricardo por el cuello y aporreó la barra siete veces con la cabeza del poeta. Yo no quise intervenir. Después de todo era una pelea limpia entre dos hombres. A punto de morir, fue salvado por el dueño del local.
Ricardo , directo al hospital. Allí mientras duró la recuperación se enamoró de una enfermera. “Cuando te veo,,, amor mío/ con tu uniforme tan blanco/ siento un gran escalofrío, / y no me tiro a un barranco/ porque no quiere mi tío/ que es partidario de Franco.”
Tampoco pudo ser.
Lo que son las cosas. Acabo de encontrarme precisamente hoy con Ricardo, a quien como dije al inicio de este panel hacía mucho que no veía. Hemos ido a tomar un café. Al entrar en la cafetería, me fijé en una camarera de nuestra edad y de muy buen ver, con ese encanto tan especial que sólo se alcanza con la madurez.
Ricardo está muy desmejorado, melena blanca, nariz con cartografía de los montes Urales, propia de los asiduos a la bebida, etc.., pero eso sí, sigue igual. Permanece soltero y aficionado a componer versos. Ya se disponía a escribir versos en la servilleta, cuando ha quedado paralizado al descubrir que la camarera era Susi. Ha salido corriendo. Ni se ha despedido.