En las discusiones, no se trata de analizar quién emplea mejor sus argumentos, si no de reconocer en un momento dado quién está en posesión de la razón y ser lo suficientemente humilde de reconocer nuestro error, y confesar que estábamos equivocados. Para que un debate tenga sentido, conviene que las partes enfrentadas defiendan sus posiciones con tanta inteligencia que cualquiera de ellas pueda tener razón, sin necesidad de estar en lo cierto. Algunas personas mienten tan bien, y son tan inteligentes al elaborar sus mentiras, que produce desencanto cuando renuncian a su brillantez por culpa de caer en el reconocimiento de su error. Pero nada más bello y alto que saber reconocer la razón del prójimo, cuando descubrimos nuestra equivocación, en lugar de seguir arguméntandola con excusas que ni nosotros nos creemos.
Sucédeme a menudo con un amigo íntimo, con el cual desde hace tiempo mantenemos la costumbre de enviarnos mensajes (sms) en latín, que a menudo tardamos en descifrar, por puro divertimento, En ocasiones, cuanto mayor es la sobremesa, o las copas que acompañan a ésta, mayores cotas dramáticas alcanzan las discusiones. Pero siempre dentro de un marco de educación y amistad verdadera. Una de las más recientes fué a propósito de las bondades de la cosecha del Faustino I y Fasutino V.
La última ha sido la de México. Yo defendía Méjico. Pero, ahora que consulto en la rae, mucho me temo, que él tiene razón, y en lo sucesivo, tendré que acostumbrarme a escribir México, aunque continúe pronunciando Méjico. En fin hay que saber perder. Lo malo que me aposté una comida en uno de los lugares más caros de la ciudad.