Aunque suene extraño, de todas las soledades humanas ninguna es peor que estar solo de sí mismo. Es decir, que nuestra vida suceda sin que estemos allí.
Una tarde vino a vernos Rosa, una mujer ya mayor. Nos contó sobre el tiempo en que sus hijos
eran pequeños, y dijo esta frase: "Hoy siento cierta pena, pues en aquél entonces yo era feliz, pero no me daba cuenta".
Los antiguos decían que éste es el primer
despertar de una persona: darse cuenta de que no se da cuenta.
Puede ser un instante duro, y luminoso a la vez:
descubrir que somos como máquinas que
funcionan en automático... y a la vez que
en nosotros mismos está la posibilidad de
convertirnos en maquinistas conscientes.
Ir "despertando" es descubrir que muchas de nuestras
acciones y decisiones no nacen de nuestro verdadero Ser,
sino que son patrones asimilados de nuestro entorno, o bien
automatismos de nuestro temperamento que saltan por sí
solos, como resortes que pierden la chaveta cuando
algo los activa...
Otras veces, los acontecimientos o las personas de nuestro
entorno tocan algún área nuestra de dolor o de temor, y nos
vemos respondiendo con una intensidad inapropiada,
devastando vínculos, malogrando buenos momentos o
evitando justamente aquello que nuestro corazón más anhelaría.
Despertar... es advertir que uno vive a diario preso de sus mecanismos.
Pero, justamente, ese despertar es la lima que empieza a
rescatarnos de entre los barrotes...
Sostener la habilidad de estar realmente presentes a cada
instante requiere de entrenamiento.
Diversas Tradiciones de Sabiduría han diseñando distintas
técnicas para ello; todas apuntan a ejercer una tipo especial
de atención que implica el arte de ser lúcidos tripulantes de
nuestro cuerpo, tanto para degustar una manzana como para
expresar afecto, para saber poner límites o crear intimidad,
para ejercer nuestra vocación o mirar encendidamente
las estrellas...
Una atención sin elección (como decía Krishnamurti),
pues lo observa nuestros procesos internos sin juzgar: "
esto me gusta, esto no"; cuando nos juzgamos autogestamos
conflicto, y lo rechazado se reprime, escapando a
nuestra observación.
Estar presentes aceptando quienes somos, para evolucionar hacia ser cada vez más auténticos: ESO ES DEJAR DE ESTAR SOLO DE SÍ MISMO.
|