-ANTHONY DE MELLO-
En
cuanto metes tu yo... ¡se desencadenan los
problemas!
«Dios me concedió
el don de desidentificarme de mí misma y de poder ver las cosas desde
fuera» ─dijo
Santa
Teresa.
Quien tenga esta capacidad, posee un gran don,
pues la raíz de todos los problemas y el mayor obstáculo
que se interpone entre la persona que quiere superarse y el objetivo
que pretende alcanzar, es el yo.
Desidentificarse significa no vernos
afectados por lo que está ocurriendo, vivir las cosas como si
le sucedieran a otro; pues, en cuanto metemos nuestro yo en cualquier
interacción personal, en cualquier situación,
tenemos que prepararnos para
sufrir.
Vivir desidentificados es vivir
sin apegos, desconectados del ego, que es el
que genera egoísmo, deseo y
celos.
Por su causa, llegan a nuestra vida
todos
los conflictos.
Otra
de las cosas que nos causa conflictos es creer que estamos en posesión de la
verdad. Cada religión cree tener el monopolio la verdad, ser la
única, la exclusiva.
Lo que sucede es que les causa temor reconocer
que hay algo de verdad en cada una y en todas ellas.
Si viviéramos desidentificados
de nuestras
creencias, no nos
preocuparíamos por lo que
tengan de
acertado o por las grandes fallas
que
contengan.
Las creencias pueden cambiar.
Lo esencial es
que descubramos lo que hay dentro de nosotros,
pues eso es lo que nos impulsa a buscarla verdad; porque,
en última estancia, la verdad es de todos.
Necesitamos
despertar. Y despertar significa que tenemos que darnos cuenta de
que no somos lo que creemos ser. Esto
es: necesitamos desidentificarnos.
Y,
¿cómo se consigue esto?
Pues reflexionando sobre quién
es el responsable
de nuestras tribulaciones, ¿la forma en que
estamos
programados o todo lo que es exterior a
nosotros?
Cuando
uno se aflige, lo primero que se nos ocurre hacer es cambiar
lo que hay en nuestro entorno para que se ajuste a nuestra programación,
pues creemos que eso solucionará
nuestros problemas.
Y como los conflictos siguen atosigándonos, la
frustración viene a sumarse a nuestra aflicción y el problema no
sólo no se resuelve, sino que se agranda.
Si
el problema viene de la manera como
programamos
nuestra vida, las cosas
no van a mejorar si sólo cambiamos el exterior o esperamos
que cambien los demás.
Lo que tenemos que hacer
es desprogramarnos. Configurar nuestra vida de acuerdo con otros criterios
o, por lo menos, tratar de detectar con claridad de dónde vienen
los problemas.
Si
cambiamos nosotros y nos abrimos a la realidad, veremos cómo
todo cambia a nuestro alrededor; pues es nuestra mente la que estaba
equivocada.
Al cambiar la mente y aceptar la realidad
como es, cambia nuestra manera de ver las cosas y nuestra forma
de vivir y empezamos a llamar a cada objeto y a cada
situación por su nombre.
Hay
una frase que da mucha luz sobre este tema:
«No tienes que
alfombrar toda la Tierra para que
tu pie no se
lastime; basta con que uses
un buen
calzado».
Cuando te
deshagas de tus alucinaciones, te darás cuenta de que la felicidad siempre
estuvo en ti.
Fue cuando se
metieron los miedos, los deseos,
los mecanismos de
defensa, cuando la felicidad
se fue
ahogando.
Darnos cuenta de esto es
dar un gran paso.
Cuando
las exigencias y los problemas saturan
nuestra
vida, no se puede amar, ni se puede encontrar, no digo la
felicidad, ni tan siquiera
un poco de tranquilidad.
Se
la pasa uno defendiéndose de lo que creemos
que nos está atacando.
En ese estado, lo que creemos que es amor
es sólo egoísmo, afecto a nuestro ego,
interés propio.
Nos sentimos tan mal y
nos acosan tantos miedos, que sólo nos mirarnos a nosotros mismos, nos
vigilamos con recelo porque, en verdad,
tampoco nos amamos.
Si
nos la pasamos poniéndonos condiciones
a nosotros
mismos, ¿cómo no vamos
a ponérselas a los demás?
Amor es generosidad,
altruismo.
Lo que creemos que es amor es sólo un
egoísmo refinado. Un sentimiento que utilizamos para darnos placer o
para evitar sensaciones desagradables y sensaciones
de culpabilidad o
para esconder en él nuestro
miedo al rechazo.
Como
no queremos sufrir, entonces comerciamos
con
lo que llamamos amor.
El día que seamos capaces de ver las cosas
como son y de llamar a los objetos y a los fenómenos por
su propio nombre, ese día comenzaremos a
ver con cierta claridad.
No es que las acciones sean malas o sean
buenas, todo depende de la madurez y de la
cordura del que las realiza y
del criterio
de quien las observa.