Sólo puedes conocerlo
dejando la mente en silencio. Cuando estás presente, cuando tu atención está
plena e intensamente en el ahora, puedes sentir el Ser, pero nunca podrás
entenderlo mentalmente.
La iluminación es
recuperar la conciencia del Ser y residir en ese estado de
«sensación-realización».
La palabra iluminación
suscita la idea de un logro sobrehumano, y al ego le gusta que sea así; pero no
es más que tu estado natural en el que sientes la unidad con el Ser. Es un
estado de conexión con algo inconmensurable e indestructible, con algo que es
esencialmente tú, y sin embargo es mucho mayor que tú. Es encontrar tu verdadera
naturaleza más allá del nombre y de la forma.
La incapacidad de sentir
esta conexión crea la ilusión de que estás separado de ti mismo y del mundo que
te rodea. Entonces te percibes, consciente o inconscientemente, como un
fragmento aislado. Surge el miedo, y los conflictos internos y externos pasan a
ser la norma.
El mayor obstáculo para
experimentar la realidad de tu conexión es la identificación con la mente, que
hace que el pensamiento se vuelva compulsivo. Ser incapaz de dejar de pensar es
una enfermedad terrible, pero no nos damos cuenta de ella porque casi todo el
mundo la sufre y se considera algo normal. Este ruido mental incesante te impide
encontrar el reino de quietud interior que es inseparable del Ser. También crea
un falso yo fabricado por la mente, que lanza una sombra de miedo y sufrimiento.
La identificación con la
mente produce una pantalla opaca de conceptos, etiquetas, imágenes, palabras,
juicios y definiciones que bloquean toda verdadera relación. Esa pantalla se
interpone entre tú y tú mismo, entre tú y tu prójimo, entre tú y la naturaleza,
entre tú y Dios; crea la ilusión de separación, la ilusión de que tú y el «otro»
estáis totalmente separados. Entonces te olvidas del hecho esencial de que,
debajo del nivel de las apariencias físicas y de las formas separadas, eres uno
con todo lo que es.
La mente es un
instrumento soberbio si se usa correctamente. Sin embargo, si se usa de forma
in-apropiada, se vuelve muy destructiva. Para decirlo con más precisión, no se
trata tanto de que usas la mente equivocadamente: por lo general no la usas en
absoluto, sino que ella te usa a ti. Ésa es la enfermedad. Crees que tú eres tu
mente. Ese es el engaño. El instrumento se ha apoderado de ti.
Es como si estuvieras
poseído sin saberlo, y crees que la entidad posesora eres tú.
La libertad comienza
cuando te das cuenta de que no eres la entidad posesora, el pensador. Saberlo te
permite examinar la entidad. En el momento en que empiezas a observar al
pensador, se activa un nivel de conciencia superior.
Entonces empiezas a
darte cuenta de que hay un vasto reino de inteligencia más allá del pensamiento,
y de que el pensamiento sólo es una pequeña parte de esa inteligencia. También
te das cuenta de que todas las cosas verdaderamente importantes —la belleza, el
amor, la creatividad, la alegría, la paz interna— surgen de más allá de la
mente.
Empiezas a despertar.
LIBÉRATE DE TU MENTE
La buena nueva es que
puedes liberarte de tu mente, que es la única verdadera liberación. Y puedes dar
el primer paso ahora mismo.
Empieza por escuchar la
voz que habla dentro de tu cabeza, y hazlo tan frecuentemente como puedas.
Presta una atención especial a cualquier patrón de pensamiento repetitivo, a
esos viejos discos de gramófono que pueden haber estado dando vueltas en tu
cabeza durante años.
Esto es lo que llamo
«observar al pensador», que es otra manera de decir: escucha la voz dentro de tu
cabeza, mantente allí como presencia que atestigua.
Cuando escuches la voz,
hazlo imparcialmente. Es decir, no juzgues. No juzgues ni condenes lo que oyes,
porque eso significaría que la misma voz ha vuelto a entrar por la puerta de
atrás.
Pronto te darás cuenta
de esto: la voz está allí y yo estoy aquí, observándola. Esta comprensión Yo
soy, esta sensación de tu propia presencia, no es un pensamiento. Surge de más
allá de la mente.
Así, cuando escuchas un
pensamiento, no sólo eres consciente del pensamiento, sino también de ti mismo
como testigo del pensamiento. Ha hecho su aparición una nueva dimensión de
conciencia.
Cuando escuchas el
pensamiento, sientes como si hubiera una presencia consciente —tu yo profundo—
por debajo o detrás de él. De este modo el pensamiento pierde su poder sobre ti
y se disuelve rápidamente, porque ya no energetizas tu mente mediante la
identificación con ella. Es el principio del fin del pensamiento compulsivo e
involuntario.
Cuando el pensamiento se
aquieta, experimentas una discontinuidad en la corriente mental, una brecha de
«no-mente». Al principio las brechas serán cortas, tal vez duren unos segundos,
pero gradualmente se irán prolongando. Cuando ocurren estas discontinuidades,
sientes cierta quietud y paz dentro de ti. Es el principio del estado natural de
sentirte unido al Ser, generalmente nublado por la mente.
Con la práctica, la
sensación de quietud y de paz se va ahondando. De hecho, esa profundidad no
tiene fin. También sentirás una sutil emanación de alegría elevándose desde lo
más hondo de ti: la alegría de Ser.
En este estado de
conexión interna estás mucho más alerta, más despierto que en el estado de
identificación mental. Estás plenamente presente. Y también se eleva la
frecuencia vibratoria del campo energético que da vida al cuerpo físico.
A medida que profundizas
en este reino de la no-mente, como a veces se le denomina en Oriente, vas
alcanzando el estado de conciencia pura. En ese estado sientes tu propia
presencia con tal intensidad y alegría que, en comparación, todo pensamiento,
toda emoción, tu cuerpo físico y todo el mundo externo se vuelven relativamente
insignificantes. Sin embargo, no es un estado de egoísmo, sino de
desprendimiento y generosidad. Te lleva más allá de lo que pensabas que era «tu
identidad». Esa presencia es esencialmente tú, y al mismo tiempo es
inconcebiblemente mayor que tú.
En lugar de «observar al
pensador», también puedes crear una apertura en la corriente mental por el
simple hecho de dirigir el foco de tu atención al ahora. Basta con que te hagas
intensamente consciente del momento presente.
Esto es algo por demás
satisfactorio. De este modo retiras la conciencia de tu actividad mental y creas
una brecha sin mente en la que estás muy alerta y consciente, pero no piensas.
Ésta es la esencia de la meditación.
En tu vida cotidiana
puedes practicar esto tomando cualquier actividad rutinaria, que habitualmente
sólo es un medio para un fin, y darle toda tu atención para que se convierta en
un fin en sí misma.
Por ejemplo, cada vez
que subas o bajes las escaleras en tu casa o en tu puesto de trabajo, presta
mucha atención a cada escalón, a cada movimiento, incluso a tu respiración.
Mantente totalmente presente.
O cuando te laves las
manos, presta atención a todas las percepciones sensoriales asociadas con esa
actividad: el sonido y la sensación del agua, el movimiento de tus manos, el
aroma del jabón, etc.
O cuando entres en tu
coche, después de cerrar la puerta, detente durante unos segundos y observa el
flujo de tu respiración. Toma conciencia de una silenciosa pero intensa
sensación de presencia.
Hay un criterio que te
permite medir el éxito logrado en esta práctica: el grado de paz que sientas en
tu interior.
El paso más vital en tu
camino hacia la iluminación es éste: aprende a no identificarte con tu mente.
Cada vez que creas una apertura en el flujo mental, la luz de tu conciencia se
fortalece.