El mundo está rodando sobre una pendiente, y nadie ha
encontrado el punto exacto para detenerlo.
Tratemos de no hacer incontenible, lo que hoy es controlable y
lo que ya se vislumbra, que no resulte una catástrofe.
Los cambios están dentro, porque lo que mueve la vida
son los sentimientos y ahí no ha llegado todavía el adelanto y la ciencia. Para
el corazón hay experimentos portentosos tratando de hacerlo latir con más
precisión, personalizada para hacerlo sentir con mas anchura y
profundidad.
El hombre, único
capaz de hacer lo nuevo, ha quedado fuera de todas las novedades. Al hombre, que
es el mayor impulso creativo ligado a la maquinaria del mundo, lo tratan como si
sólo fuera una pieza necesaria para que rinda y produzca esta gigantesca mole
del universo, esta gigantesca mole que pesa mucho para la base que le quieren
poner.
El universo, máquina. El
hombre, tuerca. Como base, las ganancias. Con fin, los
beneficios.
Como centro de la
vida, el provecho propio y el placer. Se ha perdido la armonía entre el mundo,
el hombre y Dios. Y ahí tenemos el desequilibrio en que
vivimos.
Funcionamos en ciencia y
tecnología, cuando somos mente, espíritu y creencia. Funcionamos en pesos cuando
somos sentimientos, imaginación y arte. Funcionamos en materia, cuando somos
alma. Funcionamos en cálculo, cuando somos corazón.
Andamos desajustados, y vienen los vicios, las rarezas, las
extravagancias buscando un hueco por donde escapar, un boquete de luz por donde
salir a respirar.
Pero hemos
perdido el eje de sustentación. El punto de apoyo. El equilibrio que nivela
la fuerza interior. Los propósitos que redimen.
Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla
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