Cuando resignificar es la misión
No hay experiencia más digna y enriquecedora que
transformar la angustia en solidaridad
Muchas veces nos creemos el centro del universo. Creemos que
el destino, los astros o el mundo entero está en nuestra contra. No tenemos
bases sólidas, sólo la certeza propia de suponer que una nube negra nos acosa
sin tregua.
Sin dudas, hay momentos en las
biografías de todos en los cuales nada parece funcionar. Nos inundan los
problemas propios y ajenos, y la sensación es la de estar corriendo en un
laberinto, cuya salida parece imposible.
No hay quien haya pasado por esta
vida y no haya experimentado un momento de mala racha. De inmediato nos invade
una pregunta, ¿por qué a mi? La respuesta puede ser menos alentadora que el
interrogante, ya que es demasiado abstracta para encontrarle una solución.
Y así comenzamos a pensar que no
somos merecedores de los problemas que tenemos, que debería haber alguien más
que los tenga. Nosotros no tenemos por qué y tampoco encontramos causa a lo que
sucede.
Pero, en este contexto habría que
reformular la pregunta y en lugar del ¿Por qué a mi?, deberíamos cuestionarnos,
¿por qué a mi no?.
Cuando comenzamos a pensar en el
destino como la fuente de todos los males, nos quedamos sólo pensando en que
aquello que no ha funcionado no es más que un designio malvado del que no
podemos salir. Será imposible superar los obstáculos si sostenemos la férrea
creencia que nada depende de nosotros, y somos el capricho del azar de lo
desconocido.
Existen millones de personas en
el mundo que atraviesan situaciones dolorosas y no se las merecen. No hay una
oferta y una demanda para el dolor. La vida muchas veces nos atraviesa con
adversidades, a las que no les podemos encontrar demasiada explicación. Por
ello, a veces habría que abandonar el terreno del por qué por el ¿para qué?
No es casual, por ejemplo, que
muchas asociaciones y Organizaciones No Gubernamentales hayan sido fundadas y
creadas a partir de una experiencia personal basada en el dolor. Esta
experiencia encontró su resignificación y motivación en ayudar quienes lo
necesitan, tal como en algún momento ellos necesitaron contención.
No hay experiencia más digna y
enriquecedora que transformar la angustia en solidaridad. Pasado el momento de
la desazón de no saber por qué ocurre alguna circunstancia dolorosa, pasamos a
pensar ¿por qué a mi no? Y así aprendemos que en esta trayectoria del vivir lo
importante no son las causas sino las consecuencias, lo que nosotros hacemos con
lo que ocurre.
Podemos elegir estancarnos en un
fracaso, en una pérdida, en una falta, en una discusión o en un error propio o
ajeno. Sí podemos optar por quedarnos en el dolor, pero se debe ser consciente
que no hacer nada con ello, es una elección que sí dependía de nosotros.
La otra opción es salir adelante,
luchar por nuestra propia vida y la ajena, tener el coraje de vivir a
consciencia. Y quizá de eso se trate superarse, estar lo suficientemente lúcido
para saber que ante el dolor, resignificar es el mejor camino.
Por Eugenia
Plano
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