Domingo 08 de enero de 2012 |
Publicado en edición impresa
Intentemos abordar el desafío de
hoy de la manera más relajada posible, pero a conciencia. De por sí, la palabra
responsabilidad, más allá de remontarnos a un compromiso, suele colmar a muchos
de agobio, culpa y ansiedad. Es que salvo una gran parte de los menores de 30
años (la llamada generación Y), la mayoría crecimos bajo la cultura del
sacrificio, el deber ser y el hacernos cargo de lo nuestro (y algunas veces, un
poco más también).
No es una queja ni un intento por
sentirnos menos comprometidos con la vida, sino una observación de cómo pudo
haber resultado nuestra configuración biológica, genética y cultural.
El alumno responsable, el
empleado ejemplar, el padre y la madre modelos y el yerno que toda suegra quiere
tener. La expectativa, la exigencia, la perfección y la obligación. El chanta,
el vago, la oveja negra y el inmaduro. La ley del menor esfuerzo, la falta de
voluntad, la falta de estímulo y las lecciones esenciales de compromiso y
recompensa.
Somos lo que aprendemos y, con el
tiempo, lo que logremos resignificar para el cambio que creamos oportuno, en pos
de un proyecto de vida adulta y responsable. Todo, claro, dependiendo de otros
factores y posibilidades (personales y del afuera): según a qué o a quién
decidamos atribuirle lo bueno y malo que pueda pasar. En esta línea, no estaría
demás revisar cuántas veces nos responsabilizamos de lo nuestro y de los otros
en forma desmedida para ganar poder, control, reconocimiento o afecto.
Entonces, ¿de qué deberíamos
hacernos responsables?
Hay cuestiones básicas que nos
ayudan a definir lo esencial del concepto, sin por eso destinar la
responsabilidad a un lugar negativo y poco saludable.
Por esencia, la responsabilidad
es un valor que está en la conciencia de cada uno. Hay una escala, un registro
moral en el que se fundan y valoran nuestros pensamientos, emociones, actos
concretos y actitudes.
Las leyes, códigos y otras normas
buscan ordenar la responsabilidad civil, jurídica y social. Pero están las leyes
personales, las que regulan nuestros pasos, las que, como tantas cualidades y
virtudes, se heredan, se aprenden y se enseñan con o sin premios ni castigos.
Desde que tenemos conciencia de la voluntad de nuestros actos, solemos asociar
la responsabilidad con una consecuencia, sea justo o no, feliz o infeliz el
final del cuento.
Si me porto bien, me comprarán
eso que quiero. Si soy buen hijo, mis padres me darán su aceptación y
reconocimiento. Si estudio, tendré buenas notas. Si trabajo, ganaré más y
alcanzaré el progreso. Si respondo a lo que el otro desea, me querrá hasta que
la muerte nos separe....
Cuántos dejan de ser responsables
por haber sido exigidos o desvalorizados. Somos, en definitiva, responsables de
lo que decidamos libres y a conciencia. En este sentido, la responsabilidad
aparece como una elección. Desde este punto de vista más preventivo, ¿de qué y
de quién elegimos hacernos responsables?
El autor es psicólogo y
periodista. .