4/5/2012
Aprender a equivocarse,
una sana
conducta
El síndrome del
perfeccionista hoy en día puede pasar
desapercibido ante un contexto actual que estimula la
sobre producción
y altos
parámetros de rendimiento en la mayoría de
los
ámbitos de la vida cotidiana
La idea de no alcanzar el máximo no puede ocurrir. En el
estudio la única calificación posible es un sobresaliente. En el trabajo no hay
posibilidad del mínimo error. En el hogar todo debe funcionar bajo su parámetro
de excelencia. Esta es la radiografía de un perfeccionista. Una persona que no
tolera la posibilidad de equivocarse en la mayoría de los ámbitos de su vida.
En tiempos de enormes
presiones y exigencias, este tipo de personalidad hasta puede llegar a ser digna
de admiración por su aspiración a cumplir todos los objetivos propios y ajenos.
Pero, terror al fracaso ¿es sano para la calidad de vida de quien lo padece y
para su entorno? Aspirar al logro de una meta y trabajar incansablemente, para
alcanzarlo es una cualidad, pero como todo en la vida la justa medida y el
equilibrio son el parámetro.
El Dr. Manuel Álvarez Romero,
autor de “El síndrome del perfeccionista”, explica en su publicación las
características de este tipo de personalidad. “Estas personas son portadoras de
una genética peculiar y de unos hábitos mentales y conductuales muy concretos
que van a perfilar, si no se les ayuda, a una dolorida biografía cargada de
lastres, frenos y contradicciones que mermarán significativamente su calidad de
vida y la su entorno“.
El síndrome del perfeccionista
se encuadra dentro de los diversos trastornos de personalidad que signan nuestra
época y afectan al 5% de la población mundial. Este tipo de trastorno alcanza
entre 7 y el 12% de este índice, y alcanza mayoritariamente a las mujeres.
El autor de “El síndrome del
perfeccionista” destaca que esta patología de la salud mental se ubica dentro
del tipo de personalidad obsesiva y se caracteriza por rasgos marcados de
intolerancia, rigidez, anticipación, inseguridad, repetición permanente de
normas y pautas, prevalencia del pensamiento del deber, un subjetivismo muy
notorio al enjuiciar los hechos, y una hiperexigencia propia y hacia su entorno.
Además, advierte que otra de
las grandes características del perfeccionista patológico es el exceso de
control que lo imposibilita en la capacidad de poder delegar funciones, creando
desconfianza en la colaboración. Esta situación lo lleva a prever las
situaciones con gran anticipación y se cree capaz de manejar hasta lo
imprevisible. En este contexto, cree que tiene un total dominio de la realidad,
eludiendo totalmente a su entorno. Es decir, todo está a su alcance, todo
depende de ellos.
Entonces, ante este cuadro de
situación, ¿cuáles son las principales consecuencias para quien sufre la
obsesión por la perfección? Algunos de las patologías que pueden desencadenarse
ante el pánico al fracaso y la excelencia como único resultado posible son
diversos procesos psicopatolócios y psicosomáticos tales como ansiedad,
depresión, trastornos de la conducta alimentaria y la imagen corporal,
adicciones, anomalías de la personalidad y dificultades importantes en la
comunicación interpersonal.
Por su parte, el escritor
español José Luis Martín Descalzo, en su artículo “Aprender a equivocarse”,
señala el peligro de definir al perfeccionismo como una virtud suprema. “Es
considerado virtud ya que evidentemente, lo es la voluntad de hacer todas las
cosas perfectas.
Y es un defecto porque no
suele contar con la realidad: lo perfecto no existe en este mundo, los fracasos
son parte de toda la vida, todo el que se mueve se equivoca alguna vez“.
El autor considera que en
general el perfeccionista es una persona admirada y respetada ya que se entrega
apasionadamente al trabajo bien hecho. Pero, a su vez destaca que este parámetro
de excelencia constante puede ser muy perjudicial tanto para el que padece esta
exigencia como para su entorno. “Viven tensos. Se vuelven cruelmente exigentes
ante quienes no son como ellos. Y sufren espectacularmente cuando llega la
realidad y ven que muchas de sus obras, a pesar de todo su interés, se quedan a
mitad de camino. Una de las primeras cosas que deberían enseñarnos de niños es a
equivocarnos. El error, el fallo, es parte inevitable de la condición humana.
Hagamos lo que hagamos habrá siempre un coeficiente de error en nuestras obras.
No se puede ser sublime a todas horas. El genio más genial pone un borrón y
hasta el buen Homero dormita de vez en cuando” , sostiene.
El síndrome del perfeccionista
hoy en día puede pasar desapercibido ante un contexto actual que estimula la
sobre producción y altos parámetros de rendimiento en la mayoría de los ámbitos
de la vida cotidiana. El exitismo y los extremos niveles de competitividad
provocan que muchas personas no toleren el mínimo margen de error. La supremacía
por lograr un cuerpo perfecto, el dinero como vehículo de éxito y status social,
el paso del tiempo como un estigma y congeniar el logro de metas en la familia,
el trabajo y la formación profesional, son algunos de los parámetros de la
época. Si un individuo hoy desea cumplir con toda estas exigencias, es evidente
que la insatisfacción será el resultado.
El equilibrio es la única
opción para una vida coherente y saludable. Aprender a equivocarse, ser
solidario con el entorno, empatizar con las personas, valorar el trabajo en
equipo y saber que no todo está en nuestras manos, son algunas de la claves para
alcanzar una meta de forma responsable.
Por Eugenia
Plano
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