17/6/2012
Padres
que convierten su dolor en lucha
DÍA DEL PADRE: Cinco
historias, cinco hombres que este año
fueron noticia y que
salieron a pelear, cada uno a su manera,
por sus
hijos
POR VICTORIA DE MASI, GISELE
SOUSA DIAS,
GABRIEL BERMUDEZ Y MARIANA IGLESIAS IMAGEN:
Justicia por Lucas. Paolo Menghini Rey encontró a su hijo en un vagón del
Sarmiento. • Batalla por la sangre
Hasta ese 4 de mayo, Jorge Albarracini creía que ese era el
orden natural de las cosas: que cuando los hijos se convierten en adultos dejan
de necesitar a los padres. Pero desde que a Pablo –su hijo mayor– dos ladrones
le dieron cinco balazos en el cuerpo y uno en la cabeza, volvieron a comunicarse
como un papá lo hace con un bebé: “Todavía no puede hablar, apenas balbucea,
pero le gusta que la rasque la cabeza, me doy cuenta. También que le agarre
fuerte la mano cuando tiene miedo. Yo creía que mi hijo, a los 38 años, ya no me
necesitaba”.
Jorge es el papá de Pablo Albarracini, el Testigo de Jehová que
en 2008 firmó un documento por el que se negaba a recibir sangre. Jorge lo sabía
y lo respetaba, pero jamás pensó que ese momento iba a llegar: su hijo en coma,
una orden médica de hacerle una transfusión de sangre urgente y un papel que no
lo permitiera. Jorge recicló el dolor en una batalla que llegó hasta la Corte
Suprema de Justicia, que no lo avaló y mantuvo la decisión de Pablo, pero abrió
un debate en la sociedad sobre los límites entre la fe y la ciencia. La esposa
de su hijo -también Testigo de Jehová-, luchó para que no permitieran la
transfusión. Jorge todavía no lo puede creer, pero jamás habló mal de ella: “Yo
le falté el respeto a Pablo tratando de ir contra su voluntad para salvarlo. Y
no lo iba a hacer dos veces criticando a su esposa. Lo único que espero es que
cuando se recupere me entienda”, dice. Pablo lo espera. Jorge le lee fragmentos
de un libro de Galeano. ¿Su regalo del Día del Padre? Pablo ya pasó de terapia
intensiva a una sala común.
• Juntar un millón de dólares
Hoy, para Eduardo Luis Javier, no es cualquier Día del Padre. En
realidad, ningún día lo es desde diciembre, cuando le comunicaron que Lautaro,
el menor de sus tres hijos, tenía una rara enfermedad (Leucodistrofia
Metacromática) y requería un urgente trasplante de médula ósea. Ni el
diagnóstico ni el millón de dólares que debía conseguir para la operación
lograron quebrarlo. “Necesitamos que 600.000 argentinos pongan 10 pesos”, fue la
meta y el disparador de la frenética búsqueda que nació desde un círculo bien
pequeño, el que forma con Verónica, su esposa y con Guadalupe y Nazareno, sus
otros dos hijos, de 16 y 13 años. La ronda se fue ampliando con el resto de la
familia, amigos, con vecinos, famosos y cientos de anónimos y en dos meses
recaudaron los fondos para viajar a EE.UU. Ahora están allí, un día antes de que
la etapa final de la epopeya comience, siente que hizo lo que debía hacer. “La
familia entera tiene como prioridad la vida de Lauti. No se nos ocurre hacer
otra cosa que estar acá, en el Duke Hospital, con él”.
“Si nos ve unidos, seguros y felices, así se sentirá él también
y nos ayudará a sobrellevar el tratamiento que requiere de una predisposición
mental y emocional positiva”, explica Eduardo. Así le está devolviendo esas
sonrisas que él le regala cada día al levantarse y al irse a dormir.
• Pelear por Justicia
En una de las fotos, Paolo sostiene a Lucas con el ademán torpe
del padre primerizo. Quiebra la cintura como si el peso de ese bebé lo venciese.
Pasa una mano entre las piernas del niño, lo sienta sobre su antebrazo y lo
exhibe: los Menghini Rey en su casa en Morón, sonrientes, invencibles. Otra
foto, reciente: Lucas abraza a una nena rubia de ojos que titilan como
lentejuelas. Se llama Paz y es su hija. Para Paz y para Paolo, el Día del Padre
se resignificó. Lucas, el juglar, la víctima 51 de la tragedia de Once, no está
para festejarlo. Fue el último en ser encontrado. Estuvo 70 horas atrapado en la
cabina del vagón 2108 de la formación 3772 del Sarmiento. Paolo sabía que su
hijo había subido a ese tren en Padua. Editor de video de la TV Pública, pidió y
revisó las cintas de la estación. Vio a su hijo metiéndose por la ventana entre
una maraña de pasajeros. Fue al andén 2 de Once y dijo: “Mi hijo está ahí”. Hoy
hay cinco detenidos, entre ellos, el dueño de TBA.
Años atrás, cuando Lucas se enteró que su novia estaba
embarazada, no se desesperó: “No es mi cuerpo ni mi cabeza, papá, la que está en
juego en esta decisión. Yo voy a acompañar a Romina”. Hoy, cuenta Paolo, esa fue
la primera lección que le dio Lucas. Otra fue cuando murió su padre: “Papito
¿Por qué llorás? Ya sé que el abuelo se fue a una estrella, pero fijate que es
la estrella que más brilla”. Ese día Lucas no tenía ni cuatro años. Sigue Paolo:
“Y Paz, cuando marchamos tres días después del choque, llevaba una velita. La
llama se movía y ella dijo, ‘mira mamá, papito está jugando conmigo”. “Extraño
sus canciones, las discusiones, las charlas, los abrazos. Pero no quedó nada
pendiente entre nosotros -dice Paolo-. Lucas parió a un padre. El amor que nos
dejó es el motor que me impulsa para que se haga Justicia”.
• Sin bajar los brazos
“Quisiera partirme en dos”, confía Fabián Verón, el papá de Luz
Milagros, la beba chaqueña que en abril fue dada por muerta al nacer y pasó doce
horas en la morgue del hospital Perrando. Él quisiera estar en dos lados al
mismo tiempo porque volvió a Fontana, el barrio donde vive con su familia para
cuidar a los cuatro hermanos de la pequeña que nació prematura. “Luz está
luchando por su vida en el Hospital Italiano, pero también mis otros hijos
necesitan mimos y volver a su rutina. Así que acá estoy, extrañando mucho”,
suelta Fabián. “Me falta la princesita. Necesito alzarla, acariciarla y cantarle
despacito. Pienso en Analía (su mujer) y me gustaría estar en Buenos Aires para
verlas juntas. Los dos peleamos mucho por la vida de Luz”, dice Fabián. Mientras
la Justicia chaqueña investiga una posible negligencia el día del parto, el
gobierno provincial amplia la casa de los Verón. Luz tiene dos meses y medio y
un kilo y medio de peso. Sigue conectada al respirador y el daño cerebral sería
irreversible. Pero ni él ni Analía están de acuerdo con la muerte digna. Fabián
vuelve con sus argumentos: “Doce horas en el frío de un morgue, rodeada de
cadáveres, y la indiecita se aferró a la vida. Dios quiso que ella viviese y
nosotros no vamos a bajar los brazos”.
• La fuerza de decir adiós
Difícil acomodarse junto a la enorme figura de Selva. Pero
Carlos fue, es, su compañero y complemento perfecto. Ella se expuso, él no. Ella
habló hasta el agotamiento. El se puso a escribir como nunca. Los papás de
Camila se fundieron en un objetivo y juntos lucharon, cada uno desde donde pudo,
para lograrlo. Carlos y Selva están juntos desde hace 13 años. Y juntos
sobrellevan la tristeza más grande que se puede tener. Camila, su hija menor,
nació muerta por una mala praxis. La reanimaron y su corazón volvió a latir,
pero la nena nunca pudo moverse, caminar, hablar, oír, ver, sentir. Nada. Cuando
tres comités de bioética declararon que su estado vegetativo era irreversible,
los papás pidieron que la “dejaran ir”.
Ante las negativas, hicieron pública la historia y en menos de
un año lograron que la muerte digna sea ley y que Camila descanse en paz después
de tanto encarnizamiento terapéutico. “Mi lucha fue desigual, por tratarse de mi
hija, inocente y pura, a quien le hicieron un daño irreversible. Dolorosa, al
pensar que momentos antes una ecografía decía que todo estaba bien. Cambiante,
cuando pasamos de luchar por su salud, a luchar por su sufrimiento y su
descanso. Única y cruel, porque era la primera vez que alguien pedía esto, con
críticas y juzgamientos terribles”, dice Carlos. Y sigue: “Mi lucha fue
acompañar a Selva a todos los lugares donde nos convocaban a debatir, y luego de
la mediatización del caso, dividimos roles, yo me encargué de mi otra hija,
Valentina, fui su padre y su madre, mientras Selva pedía justicia por tantos
lugares. Gracias a Dios ella está bien. Hoy mi lucha es tratar que vuelva la paz
a mi familia y dejar que Camila, y no nosotros, sea recordada de la mejor
manera”.
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