Jorge Hortúa, cocinero y con el sueño de ser un gran fotógrafo, pasó de ser un inmigrante colombiano, recién llegado a Bélgica, a un héroe, calificado así por la prensa de ese país.
Sucedió el 31 de enero, cuando este samario de 26 años se jugó la vida en un edificio de la calle San Agustín, en Bruselas. A esa capital europea llegó hacía cinco meses por su esposa belga, Jessica, a quien conoció en Perú en 2012 y meses más se casó con ella en Colombia, donde manejaba un hostal con su familia.
Jorge le contó ELTIEMPO.COM que ese día, en su camino de vuelta a casa después de haber cenado en un restaurante, la pareja de esposos se detuvo junto a una multitud que observaba una vivienda de la que salía mucho humo. "De pronto, vimos que una mujer rompió una ventana en el tercer piso y empezó a pedir auxilio, pues estaba con unos niños", relata.
Sin pensarlo, él y otros dos hombres derribaron la puerta de la casa, que estaba reforzada por seguridad, y llamaron a la mujer para que bajara y saliera. Sin embargo, no respondió porque, como le confesó la mujer a Jorge después de los hechos, "estaba en 'shock' y temía perder a uno de los niños en el camino".
Fue entonces cuando los hombres decidieron ingresar a la vivienda en llamas. "Cuando entramos observamos que el incendio había empezado en la sala en el primer piso. Seguimos subiendo, pero los otros hombres ya no veían nada y se empezaron a ahogar".
Mientras que sus acompañantes se sofocaron por el humo y se devolvieron, a Jorge le vino a la mente un dato que vio en un programa de televisión: en un incendio es recomendable tirarse al suelo, pues el poco oxígeno disponible se concentra ahí. Siguió su instinto y Jorge se arrastró por el suelo de la casa buscando el lugar donde estaban la mujer y los dos niños.
Al llegar al segundo piso, escuchó el grito desesperado de su esposa preocupada, quien desde afuera lo llamaba para que se devolviera. "Pero yo me dije que no podía salir a la calle sin sacar a nadie, esas personas no se podían morir ahí", contó Hortúa.
Cuando llegó al tercer piso, el humo tapaba su visión y empezó a llamarlos para guiarse con la voz. "Yo gritaba por todas partes '¡¿Dónde están?!', en español, y la niñera, que era portuguesa, me respondió, '¡Acá, acá!'". Finalmente, Jorge encontró a la mujer, que se había refugiado en un baño con los dos pequeños: Román, de 2 años, y Chloe, de 4 años.
Tomó a los dos niños de la mano, y le pidió a la niñera que los siguiera. "Aunque era un momento peligroso, no quería acelerarme porque no quería perder a uno de los niños". De esta manera, los condujo sanos y salvos hacia la salida de la casa. Según cuenta, solo instantes después de su escape sintieron una gran explosión en la vivienda.
De inmediato, Jorge condujo a los tres hacia el hospital más cercano, el Molière Longchamp. "Yo los dejé ahí y me fui porque tenía que recoger una cosa, pero después me empecé a sentir mal y me devolví al hospital", cuenta. Allí se encontró con los padres de los niños, quienes le agradecieron emocionados el haber salvado la vida de sus hijos y lo invitaron a una cena.
Después de que su hazaña fuera registrada en varios medios belgas, el colombiano continúa su vida con normalidad. Hoy desarrolla dos de sus pasiones: la gastronomía y la fotografía y, mientras busca un trabajo, está en clases de francés. Comenta que aún se mantiene en contacto con los padres de los pequeños por los que se jugó su vida. "No creo que sea un héroe, solo hice lo que tenía que hacer", dice.
DIANA HERNÁNDEZ
REDACCIÓN ELTIEMPO.COM