¿Una conclusión pesimista?
Historia del materialismo como filosofía !
El materialismo como filosofía tiene una larga y honorable historia. Los primeros filósofos jónicos griegos eran todos materialistas. Según cuenta Platón, Anaxágoras ―uno de los más destacados y tutor de Pericles― fue acusado de ateísmo. Protágoras (415 a. C) dice con la ironía habitual de un sofista: “Con relación a los dioses he sido incapaz de llegar a determinar su existencia o no, tampoco su forma debido a las muchas cosas que dificultan el logro de este conocimiento, tanto por la oscuridad de la materia como por la brevedad de la vida humana”. Diágoras, un contemporáneo, fue aún más allá. Cuando alguien dirigía su atención a las lápidas votivas de un templo erigidas por los agradecidos supervivientes de un naufragio, él respondía: “Los que se ahogaron no colocaron las lápidas”.
¿Acaso la comprensión materialista significa una visión de la vida pesimista o nihilista? Todo lo contrario. La condición previa para una vida plena y satisfactoria sobre la tierra es que adoptemos una visión real de las cosas. Una de las visiones más humanas y sublimes de la vida es la filosofía de Epicuro ―ese genio de la antigüedad que junto con Demócrito y Leucipo descubrió que el mundo estaba formado por átomos―. Epicuro (341-270 a. C.), cuya memoria ha sido calumniada durante siglos por la Iglesia, deseaba liberar a la humanidad del tormento del miedo, y particularmente, del miedo a la muerte. Tenía una visión alegre y optimista de la vida. El mismo día de su muerte hizo el siguiente comentario: “Es un buen día para morir”.
Los estoicos, que predicaban una hermandad universal en la que todos seríamos miembros de una gran mancomunidad, creían que, como el universo es indestructible entonces las almas de todos los hombres sobreviven a la muerte, pero no como individuos. Y como nada puede ocurrirnos porque es el curso y la constitución de la naturaleza, entonces no hay que temer la muerte. Fue un estoico el que dijo primero que “todos los hombres son libres”. El estoicismo tuvo una gran influencia en la cristiandad, a través de los escritos de Epectetus y Marco Aurelio. En realidad los estoicos no crían en un dios (utilizaban la palabra theos, pero con un sentido completamente diferente al dios cristiano), afirmaban que el hombre sabio era igual a Zeus. Su idea no era ir al cielo, sino vivir una buena vida que identificaban con la apatheia, pero que no significaba apatía, sino el control de las emociones.
Realmente, la mayoría de las personas de la antigüedad parecía ser indiferente a la cuestión de lo que ocurriría después de la muerte. La “vida” después de la muerte de los griegos era un lugar particularmente poco atractivo, gris, un mundo triste de espíritus vacilantes. Los egipcios tenían una visión más atractiva del otro mundo, en él había comida y vino, música, mujeres desnudas danzando, y por lo tanto sería necesario ser abastecidos por un ejército de esclavos. Pero, para los egipcios, el otro mundo era el monopolio de la clase dominante, cuyas tumbas monumentales mostraba la misma riqueza ostentosa y lujo que habían disfrutado en vida. En China y otras sociedades clasistas primitivas, la clase dominante miraba con una ecuanimidad sorprendente a la posibilidad de un infierno futuro ardiente, preferían dedicarse al tranquilo goce de sus riquezas en vida, mientras dejaban que el futuro cuidase de sí mismo. Sin embargo, para los pobres la aceptación pasiva de un mundo de dolor y sufrimiento en este valle de lágrimas es un precio a pagar ante la promesa de un futuro feliz más allá de la tumba. Esta promesa ha llevado a millones de hombres y mujeres al olvido, agotándose en una vida de esfuerzos interminables, angustia mental y física.
A algunas personas esta situación les pude parecer justa. Pero a nosotros nos parece más un engaño descarado. “¿Si a las personas comunes les quitamos esta esperanza que les queda?” Este es el argumento de los sofistas. La respuesta es: ellos alcanzarán la verdad y la Biblia dice que la verdad nos hará libres. Así que mientras los ojos de hombres y mujeres se dirigen al cielo, serán incapaces de contemplar los problemas reales que les atormentan y a sus verdaderos enemigos.
El amor a la vida es el auténtico sello del materialismo filosófico y debe suponer un deseo apasionado por cambiar el mundo en el que vivimos y mejorar la vida de nuestros conciudadanos. Donde la religión enseña a elevar la vista al cielo, el marxismo dice que luchemos por una vida mejor sobre la tierra. Los marxistas creen que hombres y mujeres deben luchar para transformar su vida y crear una sociedad genuinamente humana que permita a la raza humana elevarse hasta alcanzar su verdadera naturaleza. Creemos que los hombres y las mujeres sólo tienen una vida y deben dedicarse a hacer esta vida maravillosa. Luchamos por un paraíso en esta vida porque sabemos que no hay otra. En la medida que vivimos y luchamos por un mundo mejor, también preparamos un futuro mejor para nuestros hijos y nietos. Y aunque cada individuo tiene una vida finita, la raza humana continua y nuestra contribución individual a la causa de la humanidad también puede perdurar después de que hayamos dejado de existir. Podemos alcanzar la inmortalidad, no negando las leyes de la naturaleza, sino perdurando en la memoria de futuras generaciones, la única inmortalidad a la que los mortales pueden aspirar.
Hay una profunda diferencia filosófica entre el marxismo y todas las formas de religión. ¿Eso significa que no podemos luchar y trabajar juntos por un mundo mejor? En absoluto. Todo el mundo tiene derecho a defender cualquier opinión. Pero esta diferencia de opiniones ―importante desde un punto de vista filosófico―, no nos debería impedir la unión en la lucha contra la injusticia y la opresión terrenales. Se trata sólo de llegar a un acuerdo en el programa básico para la transformación socialista de la sociedad y los medios para llevarlo a la práctica. ¡Ya tendremos tiempo suficiente para discutir las otras cuestiones!
El mundo de la religión es un mundo desconcertante, es una impresión distorsionada de la realidad. Pero como todas las ideas, éstas tienen su origen en el mundo real. Además, son una expresión de las contradicciones de la sociedad de clases. Este hecho es muy evidente en las religiones más antiguas.
El dios babilónico Marduk anunció su intención de crear al hombre para que prestara servicio a los dioses, “para liberarles” de las tareas más bajas relacionadas con el ritual del templo y proporcionar comida a los dioses. En este caso encontramos un reflejo en la religión de la realidad de la sociedad de clases, la humanidad estaba dividida en dos clases: arriba los dioses intocables (la clase dominante) y debajo los “canteros y dibujantes de agua” (las clases trabajadoras). Su objetivo es dar una justificación (religiosa) ideológica a la esclavización de la mayoría por parte de una minoría. Y este era un hecho muy real en la vida de todas las sociedades antiguas (y modernas): la casta sacerdotal estaba liberada del trabajo y disfrutaba de privilegios reales al erigirse como representantes físicos de dios sobre la tierra.
Al escribir sobre los mitos de la creación babilónicos (en los que se basó el primer libro del Génesis), S. H. Hooke hace la siguiente observación: “Ya hemos visto que el mito de Lahar y Ashnan terminó en la creación del hombre para prestar su servicio a los dioses. Otro mito [...] describe como se creó el hombre. Aunque el mito sumerio difiere considerablemente de la épica de la creación babilónica, ambas versiones están de acuerdo en el objeto para el cual fue creado el hombre, es decir, prestar sus servicios a los dioses, cultivar la tierra y liberar a los dioses de tener que trabajar para vivir”. (S. H. Hooke. Middle Easter Mythology. p. 29. En la edición inglesa).
La religión (a diferencia de la magia, el toteismo y el animismo de las primeras sociedades sin clases) surge de la división de la sociedad en clases antagónicas, y es una expresión de las contradicciones insolubles que provocan esta división. En la Biblia encontramos el jardín del edén, que expresa el sentimiento y el anhelo de haber perdido un mundo lleno de felicidad. La religión busca superar esta contradicción, suavizar este aguijón, reconciliar a hombres y mujeres con la realidad de sufrimiento y explotación, y estas calamidades se presentan como la voluntad de Dios o el resultado de la desobediencia a Dios, o a ambos. ¡Sumisión! ¡Obediencia! ¡Sacrificio! Después todo irá bien. En realidad, la violenta separación de la humanidad de sí misma ―esta alienación de la raza humana, sólo se podrá superar con la abolición de la sociedad clasista y el reestablecimiento de lazos verdaderamente humanos entre las personas.
Esta relación psicológica entre los seres humanos y las deidades que crean para sí mismos, nos dicen mucho sobre la verdadera situación de la raza humana. No es un secreto que las deidades de una sociedad determinada son un reflejo de esa sociedad, de su modo de producción, las relaciones sociales, la moralidad y los prejuicios. Como señalamos en Razón y Revolución: “No fue dios quien creó al hombre a su propia imagen, sino, por el contrario, el hombre quien creó dioses a su propia imagen y semejanza. Ludwig Feuerbach dijo que si los pájaros tuvieran una religión, su dios tendría alas. ‘La religión es un sueño en el que nuestras propias concepciones y emociones se nos presentan como existencias separadas, como seres al margen de nosotros mismos. La mente religiosa no distingue entre los subjetivo y lo objetivo ―no tiene dudas―; tiene la capacidad no de discernir cosas diferentes a ella misma, sino de ver sus propias concepciones fuera de sí misma como seres independientes. Esto era algo que hombres como Jenófanes de Colofón (565 a 470 a. C.) entendió cuando escribió: ‘Homero y Hesiodo han atribuido a los dioses cada acción vergonzosa y deshonesta entre los hombres: el robo, el adulterio, el engaño (...) Los etíopes hacen sus dioses negros y con nariz chata, y los tracios hacen los suyos con ojos grises y pelo rojo (...) Si los animales pudieran pintar y hacer cosas como los hombres, los caballos y los bueyes también harían dioses a su propia imagen’”. (Alan Woods y Ted Grant. Razón y Revolución. Madrid. Fundación Federico Engels. 1995. p. 36).
Pero estos dioses no son simples copias en papel carbón de la realidad, es la realidad vista a través de los anteojos de la religión ―un mundo alienado, místico, patas arriba donde todo está al revés―. Ellos son todo lo que al hombre le gustaría ser pero que no puede ser. Poseen todos esos atributos que a los humanos les gustaría tener y que aspiran a tener pero no pueden. En ese sentido, la religión representa una añoranza inalcanzable. Pero este sentimiento religioso también contiene otro elemento: un profundo anhelo de un mundo mejor después de la vida. Cuando el campesino hambriento y oprimido grita a su dios, pidiendo a gritos justicia, grita contra la injusticia, la crueldad y falta de humanidad de este mundo.
La creencia en la igualdad y la comunión de los creyentes, se encuentra frecuentemente en el comunismo primitivo y también en los primeros cristianos. Los movimientos de masas que surgieron al calor de estas creencias durante el primer período tanto del Islam como de la cristiandad, sacudieron el mundo. Pero, debido al escaso desarrollo de los medios de producción, la humanidad tuvo que trabajar y sufrir otros dos mil años de sociedad esclavista. El sueño de la igualdad y hermandad se desvaneció. Detrás del señor ―y más tarde del capitalista― estaba no sólo el monarca terrenal con sus soldados, el policía y el carcelero, también estaban los policías y carceleros espirituales. La resistencia al status quo era castigada no sólo con el fuego y la espada, también con la excomunión y el tormento eterno. La desesperación de no obtener justicia en el mundo real, obligaban al hombre a pensar que la justicia se podía encontrar más allá, al otro lado de la tumba.
Hablamos aquí de hombres, porque durante la mayor parte de la historia escrita, la sociedad ha estado dominada por hombres, las mujeres han sido relegadas al papel de esclavas del esclavo. Un hombre debe servir a su señor, a su rey y a su dios, pero una mujer debe servir a su marido, a su señor y a su maestro. Para muchas mujeres el consuelo de la religión fue la única manera de aliviar el intenso sufrimiento de su esclavitud. Esto explica por qué en muchas sociedades las mujeres están tan unidas a la religión. Sin ella, su vida sería insoportable. Es como una droga que nubla los sentidos y los hace insensibles al sufrimiento. Pero eso no elimina la causa del dolor ni mejora la suerte de las mujeres. Todo lo contrario. Aunque en sus orígenes la cristiandad ofreciera nuevas esperanzas para las mujeres y que fuera descrita, desdeñosamente, por los romanos como “una religión de esclavos y mujeres”, en la práctica se caracterizaba por una intensa misoginia. El pecado original del hombre fue provocado por una mujer: Eva.
Se prohibieron las relaciones naturales entre los hombres y las mujeres y quedaron maldecidas como un pecado mortal. San Agustín describió el acto sexual como una “misa de perdición”. El lugar de la mujer es sufrir en el servicio al hombre, una situación que se expresa gráficamente en la afligida virgen María. Sobre la tierra no se puede esperar la felicidad.
Generaciones de pensamiento religioso han puesto su sello en la infelicidad de muchas mujeres. Y lo que se aplica a la cristiandad también se puede aplicar a otras religiones. Hay una antigua oración judía que dice: “Bendita vuestra destreza señor que no me ha hecho mujer”. En determinados países musulmanes la opresión de las mujeres ha alcanzado una forma extrema ―como es el caso de Irán y aún peor en Afganistán―. La tradición hindú india durante siglos ha condenado a las viudas a inmolarse en las piras funerarias de sus maridos. La emancipación de las mujeres de su esclavitud está en directa contradicción con la religión.
En la mayoría de las religiones, cristianismo, islam, budismo, sikhismo ―al menos en sus orígenes― existe un elemento de crítica al mundo y su funcionamiento, combinado con el sueño de un mundo mejor, en el que no habrá ricos ni pobres, opresores ni oprimidos, y todos los hombres y mujeres serán hermanos y hermanas. Tanto en las iglesias cristianas como en las mezquitas musulmanas, esta ilusión persiste en la “comunión” o hermandad de todos los creyentes, en la idea que todos son “iguales a los ojos de dios” y otras cosas por el estilo. Pero al día siguiente, el empresario rico cristiano o musulmán volverá a explotar, robar, insultar y estafar a sus trabajadores como lo hacía antes de la “comunión”. Cuando se menciona esta flagrante contradicción entre la teoría y la práctica de la religión, sacudirán tristemente la cabeza y entre dientes se culpará a la imperfección de los seres humanos en este mundo de pecado, y esto es muy poco consuelo para el trabajador.