No se puede explicar la fuerza de la pasión que nos atrapa en unos instantes sublimes, divinos sin que nada podamos hacer para evitarlo, solo dejamos fluir las energías de nuestros cuerpos sedientos de placer, te entrego todo el caudal de mis venas sometido por propia voluntad a las llamas de tu hoguera de brasas incesantes.
Tienes en tus manos el arte de la seducción, en tus dedos la savia que se desliza por los bordes de mi piel para llevar mis instintos, mis impulsos a la locura y descubres en segundos lo que me gusta, lo que me encanta que me hagas, mi punto débil, entonces rocías en tus labios sin piedad cada gota sobre mi pecho.
No hay cómo salir de esta situación sin el grito sagrado de la victoria, sin las cabalgatas en busca de la calma de la respiración, sin mis brazos en los acordes sutiles de tus movimientos que encuentran la razón de tus deseos, de tu placer, sin tus temblores agitados al sentir la rigidez de mis ataques de fiera embravecida.
No se puede explicar la fuerza de la pasión que nos condena a este amor, un amor no se puede esconder, un amor que ilumina tus ojos de esperanzas, que dibuja en tu rostro el resplandor de tu sonrisa, un amor que condena mi alma al peor de los castigos sofocado en un dolor que nunca termina, un amor sublime, un amor ideal, un amor eterno.