Quise navegar, siendo tú la mar.
Viajar sobre las olas que te anuncian
con tu barco de nostalgia, tu mirar,
sin ojos tristes... no sé... tantas aguas.
El río siempre da al mar,
ya sea turbio, ya sea limpio,
porque allí halla su consuelo
y alli mismo va a llorar.
Acaso esta inmensidad gris y fría
me descubra sus arcanos misterios
con la marea alta y la exacta guía
tu fama temible y bonita.
Nada me hablaba de tí: los libros, mudos,
no describen corazones de perlas.
Y no pueden, marinera y el verso pudo
poner este hálito de tí hasta mí.
El río siempre da al mar
y mis ojos hacia el Norte.
El río siempre da al mar
y mis ojos hacia ti.
Alguien tenía que amarte, marinera,
al gozar el favor de mirarte;
aunque el alma se me vuelva ligera,
en tí se derrama todo mi arte.
Ni la noche, en que yo espero reposo,
y en cuyo silencio la marea sube,
podrá ser más amante y generoso
que frescas ropas que tu cuerpo cubre.
¡Cuántas aguas he perdido
pretendiendo ser bastante,
no obstante siendo poquito
y soñando a cada instante!
Nunca fui objeto de tantas emociones
como perder lo que nunca he encontrado,
sólo sé lo que un corazón supone:
que amar, como se debe amar, no te ha llegado.
¡Cuántas veces quise amar
y no comprendí ese verbo!:
Frente a ti fui un suspirar,
un temblor, un solo nervio...
Es entonces cuando más sueños pido
guardándome mis frustraciones hoy.
Ya ves que navegar solo he querido
pero adentro de tí, sin ti, no voy...
