Cada vez que me pongo una máscara para tapar mi realidad, fingiendo ser lo que no soy,
lo hago para atraer a la gente.
Luego descubro que sólo atraigo a otros enmascarados, alejando a los demás,
debido a un estorbo: la máscara.
Uso la máscara para evitar que la gente vea mis debilidades; luego descubro que al no ver mi humanidad,
los demás no me quieren por lo que soy, sino por la máscara.
Uso una máscara para preservar mis amistades; luego descubro que si pierdo un amigo por haber sido auténtico,
realmente no era amigo mío, sino de la máscara.
Me pongo una máscara para evitar ofender a alguien y ser diplomático;
luego descubro que aquello que más ofende a las personas con las que quiero intimidar, es la máscara.
Me pongo una máscara, convencido de que es lo mejor que puedo hacer para ser amado.
Luego descubro la triste paradoja: lo que más deseo lograr con mis máscaras,
es precisamente lo que impido con ellas.
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