El sábado fue un día espléndido . Sol, verde, todo impulsaba a salir.
Y, con mi esposa, salimos. Partimos a las once de la mañana.
Rozándose con La Plata están Berisso y Ensenada. Estas ciudades, cada una con su pintoresquismo, se encuentran en gran parte separadas por un brazo del Río de la Plata donde se encuentra el Puerto. Por eso tal vez, o no sé por qué motivo, ambas ciudades pero más aún Berisso fueron lugar de gran inmigración de personas de todo el mundo.
Y este fin de semana, allí se celebró la
FIESTA PROVINCIAL DEL INMIGRANTE
Ahí fuimos, sin dudarlo, con mi señora, ese sábado maravilloso.
Íbamos dispuestos a la gimnasia más placentera ¡las flexiones de mandíbula!
Porque, además de la multitud de pequeñas carpas de los artesanos con sus obras siempre iguales y a la vez siempre renovadas, en una gran carpa central se abrían stands de las distintas colectividades. Allí se preparaban platos típicos de cada país y ¿conocen ustedes mejor turismo que el culinario? Pues nosotros viajamos por gran parte de Europa y el Cercano Oriente en apenas dos horas.
Recuerdo haber comido cosas cuyos nombres, más que difíciles, no logré memorizar . Además, algunos estaban escritos en caracteres cirílicos, que creo que son los que se usan en Rusia, con la P al revés (que es una R) y la R que parece una L patas para arriba, la N es una H y otros signos ¡remiten directamente a las clases de matemáticas del secundario!
De todos esos paisajes de sabor, en mi memoria quedaron: una especie de canapé grande, salado (sobre pan negro, jamón, un tipo de embutido y un tipo de verdura al estilo pepino, pero más suave y algo dulce), en Grecia.
Luego, una empanada de carne con condimentos aromáticos en Líbano; creo que fue en la Isla de Cabo Verde, unas pequeñas pizzetitas riquísimas (mientras, en España, mi esposa comía una tapa de jamón de allá… ¡bajo mi envidia !).
En Bielorusia compartimos unos exquisitos niños envueltos en hojas de repollo condimentado con comino. Esto me llevó a evocar a mi abuela, madre de mi mamá, que amasaba los ravioles –de seso, por supuesto– y los hacía muy sabrosos, pero ponía comino a la salsa y mi viejo broncaba a más no poder, pues no le gustaba ese condimento o… no le gustaba comer en casa de mi abuela.
Luego, en Polonia, probamos una pasta rellena tipo ravioles, pero con otra forma, algo así como una empanadita, con una salsa de crema y ¡no sé qué condimento exquisito! muy suave… Todo iba siendo regado con cerveza, primero, alemana y luego, irlandesa .
Culminé, en Albania, con un delicioso goulash con algo así como pequeños ñoquicitos ¡un paraíso !
¿Pueden creerme que lamenté muchísimo que mi estómago tuviera límite? ¡no pude probar el kepe libanés (me gusta el crudo)! Ni un chucrut esloveno que se veía maravilloso y que la señora que atendía el stand me aseguró que era auténtico (es decir, fermentado en barricas)… en fin, mi esposa comió una tarta polaca. Yo ni siquiera pude probar el postre. Y por beber cervezas no tomé siquiera un vaso de lo único autóctono y nacional: el vino de la Costa (vino hecho en Berisso y Ensenada).
Lo notable era que, con rostros de cada país, todos nos hablábamos de che, de vos viste y otras voces nacionales ¡porque todos ellos son argentinos!
¡Luego de las 14 siguió un espectáculo con danzas de esos países, con mucho colorido y música increíble! Hubo danzas de las colectividades lituana, griega, bielorusa, española, árabe, eslovaca, caboverdiana (¡qué portugués hermoso hablan! y ¡que alegre es su danza!), búlgara, ucraniana, italiana, portuguesa y polaca. Pero esa experiencia, a diferencia de la comida, no se puede describir. Queda en el alma.
El domingo ya no fuimos. Ese día se eligió la Reina de los Inmigrantes. Entre dieciocho jovencitas coronaron a la representante de la comunidad alemana, Ana Julia Krüger, y las princesas fueron de la colectividad española y árabe, siendo mejor compañera una jovencita de la colectividad polaca.
Por mi cabeza pasaban aquellas leyendas de que en Berisso vivió Aristóteles Onassis cuando era vendedor ambulante, hasta que compró un buque de rezago, con el que comenzó su flota. O Josiph Broz, conocido como el Mariscal Tito, dictador de la ex Yugoeslavia (se dice que el sobrenombre Tito ¡tan argentino! se lo dieron porque su nombre era difícil de pronunciar… no sé), que trabajaba en el frigorífico y era hincha de Estudiantes…
Y mi corazón latía de orgullo. Hoy, que el mundo occidental debate si aceptar o no a los inmigrantes ¡qué generoso fue nuestro país!
Y ¡cuánto ganamos con la riqueza cultural de tantos lugares remotos y, sin embargo, hoy tan próximos!
Un fuerte abrazo
Jove
Las fotografías son de Diario "El Día" de La Plata:
http://www.eldia.com.ar/