“DON JUAN SEPTUAGENARIO”
Soy un hombre apuesto y elegante, valga la vanidad en relación a mis setenta y tantos años. Me siento algo así como hijo de Adonis y Apolo juntos, que preñaron a Afrodita en un claro gesto de infiel procreación.
Mi holgada jubilación me permite una variedad de placeres; mujeres, ropas caras y de buen gusto y, de vez en cuando, exquisitos manjares acompañados de buenos vinos; no es frivolidad la mía sino que me siento extremadamente joven; amante de la belleza en todas sus manifestaciones.
Diría que soy una superación del Quijote, ya que el Hidalgo Caballero, de acuerdo a la prosa de “Don Miguel”, éste era cincuentón y loco, solo en sus delirantes sueños desposó a una prostituta, que el mismo y en su esquizofrenia, denominó “mi Dulcinea”. Yo atesoro Dulcineas reales, de carne y hueso y…¡MI MADRE…QUE CARNES!!!, firmes como un sargento ante el general, que armonizan con mis ya flácidos glúteos, muslos, pectorales y hombros.
Una de las pocas cosas que tuve que superar en esta vida fue comprender a la jubilación por lo que esa palabra implica para algunos estúpidos y que en principio me atemorizaba el hecho de tener que decirles a mis “Dulcineas” circunstanciales y permanentes que yo era un jubilado. Por supuesto que mi estampa no denuncia mi edad, sino el hecho de andar explicando a mis “ninfas” de qué vivía. Cuando al hacer asociación de palabras me fui derecho al diccionario y primero busqué jubilación no diciendo otra cosa más que una explicación administrativa del trámite; siguiendo en escala descendente, me encontré con Jubilarse: Instruirse, adquirir práctica en algo. Y por fin llegué a Júbilo: Viva alegría y principalmente la que se expresa con signos exteriores. Realizando una asociación muy simple “jubilado” deriva de “júbilo” y eso es lo que yo hago o mejor dicho hacía, hasta que ¿no sé porqué tuve que subir a ese vagón del subterráneo, teniendo el convoy otros?. Esa infame púber esa maloliente “ treceañera “, esa idiota educada en los colegios de masturbados, con padres también masturbados; esa pequeña perversa multimorfa con su cara de virginidad a punto de reventar; ese engendro que se escondía bajo un inofensivo uniforme de colegiala, con los labios manchados de azúcar y repostería. ¡Ese engendro del diablo, Mefistófeles y Belcebú!!!...Ésa doctor…ésa “mata ilusiones”…con la velocidad del rayo, con una predisposición que jamás había visto en persona alguna, ese estiércol putrefacto…se levantó del asiento y me dijo…¡¡¡tome asiento ABUELO!!!.
“FIN”
Gaucho Hereje.