Libi ....creo que ese " milagro " tuvo que ver con la autosugestión ... veamos en qué ha consistido a lo largo de la historia ... y aprendamos :
La autosugestión emocional en la cura orgánica
«El dolor es tolerable cuando la opinión no lo exagera. Se hace insufrible a fuerza de creerlo tal. Nos creemos más desgraciados de lo que somos en verdad.»
SÉNECA
«Vuestro espíritu puede hacer a vuestro cuerpo doliente o sano, fuerte o débil, según las clases de pensamientos que emita.»
PRENTICE MULFORD.—Las leyes del éxito
«Si el mundo es desgraciado es porque piensa en sus desgracias; si la vida se encuentra llena de dificultades, es porque el hombre piensa siempre en las dificultades que se presentan.»
Emerson
«Nuestra voluntad es una fuerza que domina a todas las demás cuando nosotros la dirigimos con inteligencia.»
BUFFON
«La voluntad es la más poderosa de las palancas.»
De JUSSIEU
«Si en vuestro espíritu construís continuamente un ideal de vosotros mismos, tal como lo deseáis, fuerte, lleno de salud, vigoroso y feliz, creáis en vosotros un elemento invisible que siempre atrae más salud, más vigor y mayor energía.»
Prentice Mulford
LA AUTOSUGESTIÓN EMOCIONAL EN LA CURA ORGÁNICA
El pensamiento y sobre todo la emoción pueden romper el equilibrio orgánico. — Inversamente, pensamiento y emoción pueden ser jactares de curación. — Para ser útil, ha de ejercerse con plena lucidez la acción del pensamiento. — Negar la existencia de la enfermedad no es el remedio para curarse de ella. La Ciencia Cristiana. — La fórmula que hay que repetir por la mañana y por la noche : «Yo quiero curarme.» — El retorno a la vida sana. — Una palanca psíquica. ¡ Vivir! — Resumen.
Hemos visto, en el curso de un precedente capítulo que el pensamiento es por sí mismo una fuerza y que puede ejercer una influencia decisiva en todo acto de nuestra vida mental. Con mayor motivo podemos obrar sobre nosotros mismos. El pensamiento, si aprendemos a dirigirle, es capaz de transformarnos, de dotarnos de poderosas facultades, de desarrollar las que dormitan, latentes, en nosotros : atención, juicio, asociación de ideas, voluntad; en una palabra, todo aquello que necesitamos y de lo que carecemos para realizar esa magnífica síntesis mental que es el fin que perseguimos antes de intentar llegar a otro más alto.
¿Es eso un fin verdaderamente? ¿Es la enseñanza completa la realización de la gran obra mental? No por cierto. Pero el pensamiento—y su término : la emoción—ejercen una acción enorme en nuestra vida orgánica, pero esta acción requiere ser enérgicamente dirigida. Y como en la vida mental, dicha acción puede realizarse en dos sentidos : puede ser destructiva o constructiva.
¿Puede una emoción destruir nuestro equilibrio orgánico? Sin duda alguna.
Es pueril hablar de la acción orgánica experimentada a consecuencia de una emoción, puesto que enrojecemos y palidecemos. Este hecho ha sido tantas veces comprobado, que casi no hay necesidad de hablar más de él. Sin embargo, la acción es clara, innegable. Una palabra inesperada nos hace enrojecer de pudor, de vergüenza o de cólera; otra palabra nos pone lívidos de terror, de alegría o de odio. Esa es la acción viva y directa sobre los nervios vasomotores.
Una acción muy semejante se produce en nuestras funciones y en los órganos de que dependen. Volveremos con toda amplitud sobre este orden de fenómenos en un próximo capítulo referente al dominio de sí mismo.
Diremos aquí únicamente que el pensamiento y la emoción son susceptibles de perturbar más o menos gravemente nuestra circulación sanguínea, nuestras secreciones internas, el juego de todas nuestras funciones.
Los pensamientos y las emociones, bien educados, tienen una feliz acción; pueden regularizar desordenadas funciones, activar las que, por una u otra causa hayan sufrido una aminoración perjudicial. Mucho obtendremos de nosotros mismos, si sabemos accionar sobre nuestras funciones.
Se ha intentado instituir métodos prácticos para oponer la acción voluntaria del pensamiento a las perturbaciones de nuestro organismo. Consciente o inconscientemente, muchos enfermos han procurado distraer su atención de los trastornos que padecían, absorbiéndose en pensamientos consoladores.
Hace ya mucho tiempo que dijo Montaigne : «El espíritu humano es un gran constructor de milagros.» Y él, tan delicado, sabía bien que la idea que cada uno tiene de su mal es la realidad principal de semejante mal. Buffon, cuyo espíritu científico conoce todo el mundo, ha dicho : «La mayoría de los hombres mueren de pena.» Y no entendía por pena solamente' los tormentos que nos causan circunstancias fortuitas, sino también el pesar natural que tenemos por sentirnos morir, ya por dejar los fugaces placeres de la vida, ya porque sintamos abandonar a los nuestros en un momento en que necesitan de nuestro apoyo.
Arnaud de Vílleneuve tenía la costumbre de decir que es preciso, para dar a los enfermos el ímpetu de vitalidad que puede hacerles aferrarse a la vida, excitar en ellos las pasiones más fuertes de su carácter : el amor maternal en una mujer que va a abandonar a sus hijos, la ambición en el hombre de negocios, incluso la codicia en el avaro si esta pasión es bastante poderosa para hacerle olvidar su dolor.
Es cierto que la acción moral tiene una repercusión sobre nuestra vitalidad.
Como dice muy justamente el doctor Noriot: «La voluntad, dando impulso a las facultades nobles del alma fortifica el principio de vida y constituye un precioso antídoto contra los miasmas contagiosos. Mientras que el terror nos entrega indefensos al enemigo, la voluntad, que es el más enérgico de los estimulantes, pone al organismo en un estado de actividad que rechaza todas las influencias perjudiciales.»
Bien dirigido, es capaz el pensamiento de calmar el dolor.
Un día que Pascal sufría un horrible dolor de muelas, puso toda su aplicación en resolver un problema : el de las curvas cicloidales, o sea la ruleta. Cuando hubo acabado, se dio cuenta de que había desaparecido su dolor.
Zimmermann afirmaba ya en 1776: «Puedo asegurar, según mi propia experiencia, que, en las más fatigadoras crisis, si se logra distraer la atención, se puede, no solamente aliviar el dolor que se siente. sino hasta hacerle desaparecer a veces.»
El filósofo Kant, sujeto a palpitaciones que con frecuencia le oprimían, triunfaba de todos los síntomas dolorosos que le afectaban, concentrando su atención sobre un arduo trabajo del espíritu. Caía muy pronto en una especie de letargo, lo que le permitía, concentrando así su espíritu, perder la conciencia de sus males.
Por su parte, nos dice el doctor Padioleau que empleó esta cura moral, con éxito, contra el catarro y la tos.
El doctor Félix Regnault ha curado a un hipocondríaco prescribiéndole que contemplase cada noche, antes de quedarse dormido, las palabras, «Estoy alegre», escritas sobre la pared con polvos fosfóricos.
Posteriormente, ha imaginado el doctor Baraduc hacer repetir por un fonógrafo las frases que se esforzaba en hacer penetrar en el pensamiento de sus enfermos.
El doctor Coste de Lagrave ha llegado a calentarse los pies por autosugestión. ¿A caballo o en un salón sin calefacción sentía frío en los pies? Para combatir tal molestia, se autosugería la sensación de calor y, por repercusión, tenía los pies calientes en menos de cinco minutos. El doctor Coste de Lagrave ha notado que la elevación de temperatura se producía más fácil y rápidamente en el lado derecho. Según él, la causa probable de esa diferencia, nace de que, al no ser zurdo, ha influenciado mejor su lado derecho y le ha hecho más sensible a las excitaciones y a las emociones.
Para ayudar a la concentración mental, el doctor Pablo Joire recomienda al que quiera curarse por la fuerza de sus pensamientos, que se siente en un confortable sillón, con la cabeza apoyada en el respaldo, poniendo su asiento al lado de una mesa sobre la que habrá colocado una bola de cristal. El enfermo tiene en una mano una hoja de papel en la que está escrita la fórmula de curación. Mientras repite esa fórmula mirará el paciente al interior de la bola; mirará atentamente, esforzándose en ver que su fórmula se reproduzca en el interior del cristal. Siendo este ejercicio un entrenamiento para la concentración mental, debe también realizarse en una habitación aislada, silenciosa, tan apartada como sea posible de los ruidos exteriores, a fin de que nada llegue a distraer al que hace un esfuerzo, considerable a veces, para concentrarse La habitación, sin estar completamente a obscuras, debe, sin embargo, estar sumida en una luz atenuada.
Por tal procedimiento, pretende el doctor Pablo Joire obtener un estado de hipnosis, pero, a nuestro parecer, eso es un error. En efecto, como se ha visto en nuestro precedente capítulo, es necesario, para que el paciente se pueda sugestionar útilmente, que esté completamente despierto y en plena posesión de su consciencia sin la cual no puede hacer una obra duradera. Es otro error pensar que la hipnosis, o un estado de somnolencia, pueda facilitar la autosugestión. Muy al contrario, es menester que las órdenes, los pensamientos, vengan de una consciencia lúcida, firme, y no embotada en gran parte por el sopor o el sueño. El que se impone pensamientos en un estado cercano al sueño no se puede beneficiar de una fuerza o de una lucidez que ha empezado por abolir, como un corredor no puede correr después de haberse atado las piernas.
Otro error que también hemos indicado, es repetirse maquinalmente una frase que, en el estado de hipnosis en que uno se sumerge, queda sin efecto sobre la consciencia. Es una equivocación contar, como ha hecho el señor Coué, con la imaginación pasiva. No se pueden obtener, obrando de esa manera, más que unos resultados débiles y transitorios. ¡ Concibe uno grandes y magníficas esperanzas ! Pero, bien pronto, en muy pocos días, la impresión, fatalmente, llega a borrarse y ya no quedan más que intolerables sinsabores que cada vez deprimen más al enfermo.
Otro método digno de ser citado es el que emplean ciertas sectas americanas, y en particular la Ciencia cristiana. Para sus adeptos, el problema es de los más sencillos. Nos afirman imperturbablemente que la enfermedad no existe. ¡ La enfermedad no es otra cosa que un error de nuestra imaginación ! Luego es inútil pretender combatir esa sombra quimérica—la enfermedad—y basta, pura y sencillamente negar su existencia para volver a la verdad y, de paso, encontrarse curado. Verdad es, que en ciertos casos, en las enfermedades que nos causan sufrimientos, pero que no presentan lesiones orgánicas—las que los médicos llaman imaginarias, muy equivocadamente, puesto que no debe haber sufrimiento y trastorno sin causa real y eficiente, ya sea física, ya moral, mental o emocional—en esos dolores sin causa material conocida, pueden tener eficacia la negación de la enfermedad y la promesa de la curación.
Para la señora Mary Baker Eddy, fundadora de la Ciencia Cristiana, no reside el mal más que en nuestro entendimiento. Cualquiera que sea la enfermedad es creada por la idea del mal. ¡ Cuan fácil de demostrar es tal error! Nuestro entendimiento podrá registrar con demasiada vivacidad el mal que sufrimos, pero ese mal está en nuestro cuerpo. La teoría de la señora Baker Eddy sobre este punto nos parece un poco fantástica. Tratando del origen del dolor se expresa en estos términos :
«Decís que un furúnculo es doloroso, lo cual es imposible, puesto que la materia, sin el entendimiento, no es dolorosa. El furúnculo manifiesta sencillamente, por la inflamación y la hinchazón, una creencia de dolor, y a esta creencia se le llama un furúnculo.»
¡ Esta doctrina sí que simplifica todo ! Si no supierais que el furúnculo puede existir y de qué forma se presenta, no tendríais jamás furúnculos. Si nunca hubieseis oído toser, no cogeríais catarros jamás. Partiendo de semejante principio, el remedio es tan sencillo como la enfermedad :
«Administrad mentalmente a vuestro paciente una intensa atenuación en la compresión de la verdad y ella curará prontamente el furúnculo.»
¡ Eso sí que es sencillo y perfecto ! Pero si hay que atenuar la verdad para negar el dolor del furúnculo, es porque el furúnculo y el dolor que causa son la verdad real, mientras que dicha verdad es atenuada y aliviada por una mentira piadosa. Hay ahí un escollo serio para la adopción de la teoría científico-cristiana.
Bajo otros aspectos, el método de tratamiento no es tan simplista como pudiera esperarse después de tales premisas. Si la experiencia demuestra que el pensamiento—y sobre todo la emoción—tienen una acción considerable sobre la economía humana, es preciso además, para llevarlos al fin que nos hemos propuesto, estar en posesión de un pensamiento lucido de una voluntad tenaz y perseverante. Negar la existencia de una perturbación, no es acaso el mejor medio de curarla. A decir verdad, no es ese el método que preconizamos nosotros.
Lo mismo que en el tratamiento moral, en la cura orgánica es indispensable utilizar los elementos superiores de nuestro espíritu. No se puede—menos aquí aún que en la cura moral—esperar la curación de una formula repetida hasta la saciedad, de una frase dicha mil veces maquinalmente, de tal forma que produzca una especie de automatismo soñoliento y falto de pensamientos. Puede ser que tal tratamiento no sea absolutamente inútil, sobre todo en sus comienzos, para seres sencillos, crédulos impresionables, profundamente turbados ante el curador Pero puede decirse con certeza que unos resultados así obtenidos dependen de la primera impresión y no resisten ni al tiempo, ni a la costumbre.
Para obtener algo mejor que esta mejoría transitoria, lo que hace taita es tener fe en su propia potencia, desarrollar sus fuerzas nativas por un apropiado entrenamiento, tener confianza en el triunfo final que se nos debe aparecer como innegable. Hay que decirse «Quiero curarme», y quererlo de verdad, sabiendo que la fuerza está en nosotros
Naturalmente es necesario crear la costumbre de ese pensamiento Es menester que dicha idea se grabe en nuestro espíritu, que se sostenga en el. Para lo cual, todos los días, por la mañana y por la noche, nos repetiremos la frase durante unos diez minutos, pero la repetiremos con todo nuestro conocimiento, con clara y fuerte voluntad, con objeto de que lo inconsciente siga siempre como debe, bajo- las órdenes de la consciencia. Sobre todo, hay que vivir intensamente esa frase que grabamos en nuestro pensamiento. Es preciso desterrar la duda, el desfallecimiento todas las tristes y deprimentes ideas y poner en su lugar sentimientos de alegría, de luminosidad, de optimismo, de confianza ; es indispensable ver el triunfo ante sí y alcanzarle conscientemente.
Hay que imaginarse que se es ya la persona que se será una vez curado, cuando se hayan readquirido y desarrollado todas las fuerzas cuando se haya vuelto a la actividad, cuando en lugar de ser una molestia y una carga para los suyos, se sea su sostén y su felicidad Y una vez bien inculcada en nuestro espíritu esa representación mental, es preciso perseverar, no dejarse vencer.
Las nobles emociones tienen una gran repercusión, una acción profunda sobre nuestra vida orgánica. La alegría, el entusiasmo, nos sostienen, nos galvanizan. Alguno que no resistiría el curso de su enfermedad si estuviese frente a frente consigo mismo, luchará con el mal y lo ven-cera si sabe que es útil a cualquier causa que le interese. El alma se eleva y las funciones internas se modifican con ello; la voluntad de vivir es un poderoso revivificador.
Luego es preciso huir del temor, rechazar las negras ideas en que se complacen tantos enfermos. Tales ideas pesimistas no sirven más que para engendrar el desaliento. Hay que afirmarse enérgicamente, con la mayor convicción posible : «Quiero curarme, estoy cada vez mejor.» Pero no hay que pronunciar estas palabras maquinalmente. Muy al contrario, hay que decirlas con je, con ardor, poniendo en ellas todo el pensamiento, toda la emoción, toda la vida, con las esperanzas que tan preciosa nos la hacen.
Si tan sencillo tratamiento puede bastar para la curación de los trastornos ligeros, es evidente que es insuficiente para unas enfermedades realmente graves. Nuestras lesiones son la consecuencia de faltas cometidas contra las leyes de la vida, ya hayan sido esas faltas cometidas por nosotros mismos o por nuestros ascendientes. Es preciso, pues, para curarse, volver a las leyes de esa vida sana y armoniosa. Es fácil darse cuenta de que un alcohólico no se curará jamás si no renuncia a sus vasitos. Por más que se diga : «Me curo, voy estando mejor...», si continúa con sus errores, si acaricia la botella con excesiva devoción, si no adquiere costumbres sanas y sobrias, no verá disminuir sus trastornos que dependen de la bebida y de la absurda vida que lleva.
Luego, para cada uno de nosotros hay necesidad de tornar a una vida sana, y para ello seguir las indicaciones que hemos dado en nuestros precedentes capítulos así sobre la alimentación como sobre la respiración y los ejercicios físicos.
«Curadme, nos dicen muchos enfermos ; ¡ curadme ! Mas sobre todo, no cambiéis en nada mis costumbres.» ¡ Por Dios ! si las costumbres son malas, es muy preciso cambiarlas para recobrar la salud y la serenidad. Proceder de otro modo sería hacer lo que el niño que quiere saber leer, pero no quiere aprender su alfabeto. Es menester, ante todo, que el enfermo llegue a una justa comprensión de sus perturbaciones y de su origen. Muchos que creen vivir sanamente ignoran el justo límite de lo que el organismo admite y de lo que rechaza. Y esta dificultad es la que hace tan necesaria a la mayoría de los enfermos la opinión de una persona inteligente. ¡ Cuántos pobres seres desamparados he visto que por una dirección bien orientada, por unos consejos juiciosos, han comprendido su error, han reparado sus faltas, han entrado en la normalidad y han vuelto a encontrar fuerza, alegría, salud !
Así como ya dije en mi obra Esta es la Luz, no hay trastorno orgánico o moral, por grave que sea, al que no se pueda llevar remedio. Todas las llagas se cicatrizan, todos los dolores se apaciguan. La salud y la fuerza son la ley del mundo. Quien vive armoniosamente debe encontrar dicha Ley.
Poseemos en nosotros, con frecuencia sin saberlo, fuerzas, energías formidables adormecidas y de las que no sabemos servirnos. Desde que adquirimos conocimiento de ellas, la vida cambia para nosotros. No vemos las cosas de la misma manera. Lo que era pesado se convierte en ligero ; lo que era sombrío se aclara, puesto que hemos descubierto la fuente de la fuerza y de la luz ; la alegría ha brotado en nosotros y es la que debe vencer el mal y las tinieblas.
Esta acción es grande sobre el pensamiento, sobre las ideas, sobre las enfermedades del espíritu y de la voluntad, pero no es menos real en los trastornos orgánicos.
¡Cuántos presuntos moribundos hemos visto que, adquiriendo consciencia de sus fuerzas latentes, han vuelto a la vida, se han sentido llenos de energía para realizar grandes trabajos, triunfar en penosas luchas ! Recuerdo esos tuberculosos que han llegado a mí en lamentable estado, pegada la piel a los huesos, abandonados de la docta Facultad médica, persuadidos de que sólo tenían que devolver a la madrastra Naturaleza el soplo helado de la muerte. Estaban desahuciados y se desahuciaban más ellos mismos. ¡ Cuan temeraria parecía la lucha que yo entablaba para salvarlos ! Y sin embargo, los moribundos han recobrado confianza en sí y en la vida; han seguido un régimen útil; han curado sus lesiones y, al cabo de los años, continúan felizmente aquella existencia que les parecía limitada a pocos meses, a unos cuantos días.
Otros eran víctimas del cáncer; sus carnes estaban roídas por ese mal que, según dicen, no perdona. Habían exigido la verdad al médico que les asistía y, con dulzura y compasión, no había habido otro remedio que dejarles entrever un fin próximo y lamentable. Y hoy han aprendido a conocerse, a vivir, a querer vivir, a tener consciencia y confianza en esa vida que ya no les parecía más que un dolor continuado. Viven ; no sufren más. Viven ya varios años. Y viven porque el pensamiento de la Vida y de la Fuerza, de nuevo se ha apoderado de ellos. Han emprendido la lucha contra el mal, apoyándose primero en un pensamiento amigo, y después por sus propios medios. Van saliendo victoriosos ; su obra va llegando a buen término, hacen lo que se propusieron. Triunfan de un mal implacable porque han comprendido al fin cuál es la fuerza del pensamiento.
El pensamiento es el rey de este mundo para el que le sabe emplear. Vence cualquiera resistencia; enfrena las más funestas inclinaciones ; pone una barrera a los más desencadenados elementos ; es tan fuerte que puede contrarrestar, por las energías que libera en nuestra obscura consciencia, los ataques de los más graves males ; vuelve a traer la Vida adonde reinaba la Muerte.
Habituado a estas clases de luchas, llega a pensar el psicólogo que no hay límites para el poder del Pensamiento. Puede todo lo que no perjudica, cuando está útilmente guiado.
Una sola palabra, bien elegida, puede llegar a ser fomentadora de energías formidables. Por ejemplo : cuando yo he querido salvar a mi mujer de una enfermedad que ya no dejaba ninguna esperanza al médico, he concentrado todas mis fuerzas, todos mis pensamientos en una sola palabra : Vivir. He demostrado en la Ciencia Secreta cómo he hecho de esa palabra una palanca psíquica. ¡ Vivir !(*) ¡Contienen tantas cosas estas letras ! Representan tantas energías, tantos motivos de creer, de esperar, de querer luchar y además obrar, que parecen tener una mágica virtud. Y en verdad la poseen, puesto que pueden reanimar, reconfortar, galvanizar la voluntad por las emociones que le impone. Hacen renacer la vida haciéndola esperar.
(*) Enrique Durville.—La Ciencia secreta, pág. 648.
Otro ejemplo también típico es el de Héctor Durville. Ha relatado este caso en la sexta edición de su Magnetismo personal. Demuestra lo que es el poder inmenso de la voluntad, incluso en casos de lesiones profundas extremadamente graves. Mi padre—tal como lo refiere—estaba sin duda, afectado de uremia brághtica por insuficiencia, sin albuminuria, desde 1885 En 1914 la enfermedad se declaró bruscamente en una formaextremadamente grave. Los médicos consultados emitieron un diagnostico que no dejaba ninguna esperanza. Pero Héctor Durville tenía necesidad de luchar todavía. Había de terminar una obra, se debía a ella y conociendo los infinitos recursos de la voluntad, no perdió el ánimo. Asi, contrariamente a todo pronóstico medical, se restableció Un eminente profesor de la Facultad de medicina había sido llamado a su cabecera y había declarado, con todas las apariencias de la razón, que el enfermo no pasaría de aquella noche. Mi padre, estaba, con toda evidencia, en el ultimo extremo. Sin embargo, quiso vivir. Disciplinó tan bien su pensamiento que vivió todavía cerca de diez años; diez años que empleo hasta en sus últimos momentos en escribir obras útiles en hacer curas magnéticas tan notables como las de los hermosos tiempos de su juventud. Tal es la potencia del pensamiento disciplinado por la voluntad ; tales son las energías constructivas de que disponemos cuando sabemos querer, sobre todo cuando un fin loable y útil imanta nuestra voluntad.
¿Qué debe hacer el que quiere curarse a sí mismo?
Es preciso, en primer lugar, que vuelva a una vida sana. La Naturaleza nos ha impuesto unas leyes que no podemos infringir más que por nuestra cuenta y riesgo. Cuando hemos sucumbido no hay más salvación que el retorno a las leyes naturales.
Después, es menester adquirir la confianza en sí, conocer nuestra voluntad, los poderes que representa, desarrollarlos con un juicioso entrenamiento, reforzarlos todos los días y, para dar alas a esa voluntad acaso un poco decaída, magnificar nuestro corazón que le concede todas las tuerzas del sentimiento. Es necesario ir hacia la lucha cotidiana, no como hacia un adversario ya vencido y cuya debilidad se desprecia, sino como se va hacia un enemigo temible, contra el que todas nuestras fuerzas no son demasiadas para llegar a una victoria definitiva. Esta lucha sera difícil y apasionante. El resultado de ella es muy seguro para los que saben emprenderla.
Decid : «Quiero curarme» y, este pensamiento muy claramente comprendido y formulado reforzadle mañana y noche con enérgicas afirmaciones. ¡ Ha llegado la hora de la liberación! Alzad la cabeza y vuestras penas se verán aligeradas. Cuando hayáis adquirido la costumbre de considerarlas como una carga pasajera, llegaréis prontamente a dejarla caer de vuestros hombros. Entonces, dueños de vuestras fuerzas, os sobrepondréis a vuestro pesar, al que acaso habíais cedido demasiado Cualquier victoria depende de vosotros. Mantened en vuestro corazón nobles emociones.Toda esperanza es permitida cuando se quiere renacer cuando se sabe querer con perseverancia, cuando se pide v se acepta la vida con sus trabajos y sus alegrías.
Resumen
Lo que conviene, en fin de cuentas para el tratamiento autosugestivo de un estado orgánico es crear voluntariamente en sí la certidumbre de la curación. Es de absoluta necesidad que tal autosugestión sea plenamente consciente a fin de que produzca unos efectos duraderos.
Hemos demostrado, en lo que se refiere a la cura moral, que no se puede crear una sugestión determinante de una costumbre, mas que si uno se aplica a realizar en sí mismo las actitudes y los sentimientos del ser en que se quiere transformar. No hay que decir que para realizar exteriormente tal personaje que se quiere grabar fielmente con todo detalle, el papel es estudiado, trabajado, comprobado, hasta el día en que se ha adquirido la costumbre. Para obtener un resultado cierto y duradero, es preciso rechazar todo método que se contente con establecer un automatismo repitiendo maquinalmente una frase que lo consciente no acepta ni interviene. Sin embargo, un método así, puede ser de alguna utilidad en ciertos casos excepcionales, en los que se encuentra una pequeña mejoría debida al choque emocional, a la confianza inspirada por el curador; pero, por la fuerza misma de la costumbre, el choque emocional se debilita y la feliz impresión del principio desaparece rápidamente.
Otro punto de la mayor importancia es que, sabiendo como sabéis, que toda enfermedad proviene de faltas más o menos graves, más o menos directas contra las Leyes de la Vida sana, es necesario, ante todo volver a dicha vida sana. Casi no se necesita decir que el intoxicado, por más que adopte por sí mismo, y ante el espejo, las actitudes más confiadas y robustas, no se curará jamás mientras continúe cediendo a sus funestas inclinaciones. Esto es además una demostración de la ineficacia de los métodos automáticos. El alcohólico puede repetirse de la mañana a la noche y de la noche a la mañana : «Hoy, de todas maneras, voy estando mejor...»; si no renuncia a sus vasitos, las perturbaciones que le aquejan no se le quitarán por tan poco.
Hemos visto en los capítulos precedentes que existen reglas de higiene que nos hacen conformarnos a las leyes de la vida tal como debe ser vivida. Desde el punto de vista orgánico, estas reglas se refieren a la alimentación que debe ser limitada y escogida según nuestras reales necesidades y no según nuestra glotonería ; se refieren a nuestra respiración que ha de suministrarnos abundantemente el aire puro que nos es tan necesario; y se refieren también a los ejercicios fisicos que son indispensables para la armonía de nuestro cuerpo. Sujetándonos a tan sabias leyes podremos empezar con calma nuestro entrenamiento auto-sugestivo. Entonces, ya no depende más que de nosotros conservar un alma sana en un cuerpo robusto, realizando así el ideal antiguo, que es el ideal de los iniciados.
Cuando se han tomado y ejecutado tales resoluciones, puede decirse con certeza que la autosugestión, la fe, la confianza en lo futuro, operan verdaderos milagros. Damos diversos ejemplos de ello, así en esta obra
como en Esta es la Luz y en La Ciencia Secreta. Si tuviésemos fe, moveríamos las montañas, ha dicho el más grande de los iniciadores. Bastante menos nos hace falta para volver a crear en nuestro organismo un equilibrio que no depende más que de nosotros y que es la salud real, duradera, perfecta, tal como la podemos y debemos desear.