Fue uno de los dos músicos de tango que mejor sonido le han arrancado a ese instrumento tan complicado como el bandoneón. Se llamaba Leopoldo Federico, y falleció el domingo en la misma ciudad que lo había visto nacer hace 87 años, Buenos Aires. Vino a suceder en la historia del tango al máximo bandoneonista jamás escuchado, Aníbal Troilo (1914-1975). Federico fue además quien, contra viento y marea, mantuvo su orquesta típica, de 12 integrantes, para tocar siempre aquí y allá, aun cuando el tango dejaba de ser la música más consumida por los argentinos y las formaciones numerosas como la suya desaparecían para dejar el escenario a tríos o cuartetos más rentables dentro del género de esta música rioplatense.
La orquesta de Federico tocó durante 55 años hasta 2013, cuando este gigante al que apodaban El Gordo dejó de hacer vibrar el fueye por las dolencias físicas que lo afectaban desde hace una década. Eso sí: enfermo y todo, su aspecto rejuvenecía cuando finalizaba su caminata en el escenario, tomaba el bandoneón y comenzaba a moverse a los costados, arriba y abajo para echar a andar su instrumento y, con él, a su orquesta.
Había nacido el 12 de enero de 1927 en el barrio de Balvanera, el mismo donde las tanguerías ofrecen espectáculos de baile y música en vivo para turistas. Se crió oyendo la música ciudadana en las emisoras de radio. A los 12 años se lanzó a aprender a domar el bandoneón y sus quejas, como diría el compositor Juan de Dios Filiberto. “Es como manejar cuatro teclados porque la misma tecla tiene un sonido abriendo y otro cerrando, y uno no puede mirar dónde pone los dedos como en otros instrumentos”, le confesó una vez Federico al periódico Clarín.
Federico tocó con Salgán, Stampone y Piazzolla y estaba entusiasmado por la nueva generación de jóvenes músicos
Hijo de un vendedor de carbón, dejó de ayudar a su padre en ese oficio cuando a sus 15 años, en 1942, consiguió su primeros pesos como bandoneonista en una orquesta en un cabaret. Rápidamente comenzó a tocar en formaciones dirigidas por grandes tangueros como Osmar Maderna o Mariano Mores. En 1946 el compositor y bandoneonista renovador del tango Astor Piazzolla (1921-1922) lo convocó para su Octeto Buenos Aires. Piazzolla solía recomendar a Federico por el mundo cada vez que él no podía tocar en algún sitio. Después polemizaron sobre el tango tradicional y el moderno, y finalmente se reconciliaron.
Federico tocó en la orquesta de Horacio Salgán y formó una con Atilio Stampone. En 1958 creó la propia y con ella acompañó al cantante uruguayo Julio Sosa, el último en dar pelea para mantener la popularidad del tango frente al avance del rock and roll. En 1964 falleció Sosa en un accidente de coche. Federico continuó con su orquesta.
Aunque no se destacó como compositor, creó unos 50 temas, como Cabulero (el fanático de las cábalas, de la superstición), que Piazzolla renombó como Neotango, y Sentimental y canyengue (canyengue es el tango de arrabal, en contraposición al de salón). Durante 25 años, hasta su muerte, presidió la Asociación Argentina de Intérpretes (AADI), en la que batalló por los derechos de sus pares.
También peleaba por que cada vez que lo invitaban a tocar, contrataran a toda su orquesta. “A veces nos salían trabajos como trío, en los que podíamos sacar más dinero, pero él ponía como condición que luego tocase la orquesta entera, porque no quería dejar a ninguno de sus compañeros sin trabajo. Esa manera de entender la vida le permitió seguir tocando hasta sus 86 años y subirse a un escenario, en el anteúltimo Festival de Tango, junto a jóvenes que se estaban iniciando”, contó su contrabajista, Horacio Cabarcos, en el periódico Página/12. Esa conexión con los jóvenes lo llevó a grabar en 2010 con una de las nuevas orquestas de renombre, El Arranque. “Yo pensaba que después de nosotros el tango se moría, pero por suerte me equivoqué. Hoy hay una cantidad enorme de chicos talentosos que le van a dar continuidad al género”, se ilusionaba el segundo rey del bandoneón.