Publicado por Ágata Székely
Cuando me sugirieron el tema de este artículo, pensé: ¿Y si hiciéramos uno sobre “El valor de la venganza”? Se me ocurren más ejemplos…
Tal como canta Elton John, el perdón parece ser uno de los conceptos más difíciles de experimentar. Pero además de eso, por lo que pude investigar, es un término mal entendido.
Muchas veces no perdonamos porque creemos que el perdón contribuye a la injusticia. “Quienes hicieron daño no merecen nuestro perdón”, pensamos. Si perdonamos nos volverán a herir, se van a aprovechar de “nuestra nobleza”. El enojo por los daños y ofensas a veces no se ve mermado ni siquiera por el tiempo. Se puede estar enfurecido con los propios padres por sus errores durante la crianza, con quienes abusaron alguna vez de nuestra buena fe, y con esa cuñada que nos dijo “gorda” (o lo insinuó) en la Navidad de hace diez años.
No perdonamos a nadie. Ni siquiera a nosotros mismos.
Guardamos la herida en el alma como un tesoro filoso, la sacamos en el recuerdo de vez en cuando y la miramos absortos como si fuera un álbum de fotos, una joya de exposición. Y, en ese momento, proyectamos otra vez en nuestra mente la película triste del episodio imperdonable y revivimos todo. El enojo del pasado se alimenta con grandes bocados de presente. Eso es el rencor.
Pero, realmente ¿por qué motivos valdría la pena perdonar? ¿Sólo por una cuestión religiosa, por puro altruismo? En un mundo que en muchas ocasiones es tan sumamente cruel, ¿hay algún asunto que sea imposible de disculpar?
La información es rica y variada al respecto. Algunos expertos se han dedicado a estudiar el perdón como una ciencia y han descubierto algunas cuestiones realmente sorprendentes.
Para conocerlo y dominarlo, primero debemos saber de qué está construido el perdón, qué es y qué no es este sentimiento transformador.
Aviones sin descanso
Fred Luskin es consejero, psicólogo de la salud y director del Proyecto del Perdón de la Universidad de Stanford, en los Estados Unidos. En su guía Perdonar es sanar, que recoge casos y estudios de ese programa, Luskin explica que las aflicciones sin solucionar son como aviones que vuelan días y semanas sin parar ni aterrizar, congestionando recursos que se pueden necesitar en caso de emergencia. “Los aviones del rencor se convierten en fuente de estrés, y frecuentemente el resultado es un choque”, afirma Luskin.
“Perdonar es la tranquilidad que se siente cuando aterrizan los aviones”.
El especialista aclara que el perdón no es aceptar la crueldad, olvidar que algo doloroso ha sucedido ni excusar el mal comportamiento. Tampoco implica la reconciliación con el ofensor. “El perdón es para usted y no para quien lo ofendió”, dice Luskin. “Se aprende a perdonar como se aprende a patear una pelota. Mi investigación sobre el perdón demuestra que las personas reservan su capacidad para molestarse pero la usan sabiamente. No desperdician su valiosa energía atrapados en furia y dolor por cosas sobre las que nada pueden hacer. Al perdonar, reconocemos que nada se puede hacer por el pasado, pero permite liberarnos de él. Perdonar ayuda a bajar los aviones para hacerles los ajustes necesarios”.
Según Luskin, el perdón sirve para descansar y no implica que el ofensor “se saldrá con la suya” ni aceptar algo injusto. Significa, en cambio, no sufrir eternamente por esa ofensa o agresión.
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Besos, Cristina.-