¡Oh, cuan lejos están aquellos días en que cantando alegre y placentera, jugando con mi negra cabellera, en tu blando regazo me dormías!
¡Con que grato embeleso recogías la balbuciente frase pasajera que,
por ser de mis labios la primera con maternal orgullo repetías!
Hoy, que de la vejez en el quebranto, mi barba se desata en blanco armiño, y contemplo la vida sin encanto, al recordar tu celestial cariño, de mis cansados ojos brota el llanto, porque, pensando en ti, me siento niño.
Un golpe di con temblorosa mano sobre su tumba venerada y triste; y nadie respondió… Llamé en vano porque ¡la madre de mi amor no existe!
Volví a llamar, y del imperio frío se alzó una voz que dijo: ¡Si existe! Las madres, nunca mueren … Hijo mío desde la tumba te vigilo triste…
¡Las madres, nunca mueren! Si dejan la envoltura terrenal, suben a Dios, en espiral de nubes…
¡La madre, es inmortal!
Vicente Riva Palacio y Guerrero
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