MAMÁ SÓLO MUERE CUANDO
QUIERE
“Generalmente, las madres,
más que amar a los hijos, se aman en los hijos”. (Friedrich Nietzsche)
Yo tenía 6 años cuando maté
a mi mamá por primera vez.
No quería que estuviera
junto a mí en mi primer día de clase.
Yo me consideraba lo
suficientemente fuerte para enfrentar los desafios que la nueva vida me traerían.
Pocas semanas después descubrí
aliviado que ella aún estaba allí, lista para defenderme de los compañeros
agresivos que me amenazaban, y para auxiliarme frente a las dificultades de mis
primeras cuentas.
A los 14 años la maté
nuevamente.
No la quería imponiéndome
reglas o límites, ni que me impidiera
vivir la plenitud de los vuelos juveniles.
Pero enseguida, con la
primera borrachera, felizmente la redescubrí viva, fué cuando ella no sólo me
curó de la resaca, sino que también impidió la vergonzosa paliza que recibiría
de mi padre.
A los 18 años pensé que
mataría a mi madre definitivamente, sin chances para la resurrección.
Había entrado a la
facultad, me había mudado a la capital, hacía política estudiantil, actividades
en que la presencia materna no cabía en ninguna hipótesis.
Ingenuo engaño: cuando me
descubrí confundido sobre qué rumbo seguir, volví a la casa materna, único
espacio posible de guarida y comprensión.
A los 23 años me di cuenta
que la muerte materna era posible, solo requería lentitud...
Fué cuando me casé, planté
bandera de independencia y seguí viaje.
Pero bastó ver nacer a mi
primera hija, para descubrir que ese ser llamado madre se transformaría en un espécimen
aún más vigoroso llamado abuela.
Para quien aún no vivió la
experiencia, abuela es madre en dosis doble...
A pesar de todo continué
creyendo en la tesis de la muerte lenta y demorada, y de a poco
me fuí sintiendo más distante y autónomo, aún cuando a intervalos regulares ella
reapareciese en mi vida desempeñando papeles importantes y únicos, papeles que
sólamente ella podría protagonizar...
Pero el final de esa
historia, al contrario de lo que siempre imaginé, fué ella quien la definió: cuando menos lo
esperaba, ella decidió morir.
Así, sin más, ni menos, sin
pedir permiso, sin hora marcada u ocasión para la despedida.
Ella simplemente se fué, dejando
la lección: las madres son para siempre.
Al contrario de lo que
siempre imaginé, son ellas quienes deciden cuánto esta eternidad puede durar en
la vida, y cuánto queda relegado para el etéreo terreno de la nostalgia...
(Desconozco
el autor)
No sé... Si la vida es
corta o demasiado larga para nosotros, sólo se que
debemos demostrar nuestro amor a las personas, mientras ellas están por aquí...
Es por eso que tenemos que
amarla siempre!
Y no matarla en vida...
Nunca sabremos cuándo ella
vá a querer partir...
El vacío que queda, nunca
conseguiremos llenarlo...
Para quien aún la tiene a
su lado, ámala...
Abrázala siempre...
Y para quien ya no la
tiene...
Guarda sus recuerdos en el
más precioso de los baúles...
Dondequiera que ella esté,
debes saber que siempre vá a entender el mensaje... Va a llorar cuando llores...
Va a sonreír cuando
sonrías...
Va a velar por tu sueño,
como lo hacía cuando eras un niño...
No esperes su partida para
darle AMOR.
Un día vas a descubrir que
tal vez la persona que más te amó en la vida, fué ella...
Incondicionalmente...
Desde que surgiste en esta
vida...
Si ella está a tu lado,
dale un beso y un abrazo, y dile lo que ella siempre quizo oír:
MAMA, YO TE AMO! GRACIAS
POR EXISTIR!
Y si ella ya no está a tu
lado...
Cierra
los ojos y haz una oración por ella, agradeciendo por la vida y también
diciendo que la amas...