La principal potencia económica mundial atraviesa por una compleja situación social, que provoca que año tras año se incrementen los niveles de inseguridad en toda la nación. Jardines de niños, escuelas, universidades, iglesias, centros comerciales, oficinas y lugares recreativos han sido escenarios de sangrientos sucesos.
Se calcula que en Estados Unidos mueren 93 personas cada día por disparos de armas de fuego, mientras otras 222 sobreviven tras recibir disparos, lo que equivale a 33 880 fallecidos al año. Por cada diez habitantes hay nueve armas de fuego, siendo la proporción más alta del mundo.
Estas estadísticas son registradas minuciosamente por la Campaña Brady, que lleva el nombre de James Brady, quien se desempeñaba como secretario de prensa del presidente Ronald Reagan, cuando ambos en 1981 fueron heridos de balas durante un atentado en Washington DC. Reagan se recuperó pero Brady quedó postrado en una silla de ruedas. Se convirtió durante las tres siguientes décadas en un abanderado del control de armas en Estados Unidos.
Hace solo un mes ocurrió el tiroteo más sangriento de la historia moderna de Estados Unidos. El 1ro. de octubre, un jubilado estadounidense mató a 58 personas e hirió a otras 500 durante un concierto de música country en Las Vegas. El pasado domingo, 5 de noviembre, ocurrió una nueva matanza. Un exmilitar estadounidense asesinó a 26 personas, entre ellos varios niños, e hirió a otras 20 durante una misa en una iglesia bautista de Texas.
Las peores matanzas, antes de comenzar el presente año, ocurrieron, en el 2016, en un club nocturno en Orlando, Florida, en la que murieron 49 personas y 53 resultaron heridas; en el 2007, en la Universidad Virginia Tech, Virginia, donde perdieron la vida 32 personas, y la que tuvo lugar en el 2012 en una escuela primaria en Newtown, Connecticut, en la que fallecieron un total de 20 niños y seis adultos.
A pesar de esa cruda realidad, se mantiene vigente la segunda enmienda de la Constitución de Estados Unidos aprobada en 1791, que declara que «el derecho del pueblo a poseer y portar armas no será infringido». Desde entonces, tener armas de fuego es un derecho de los ciudadanos estadounidenses y se ha convertido en un gran negocio para la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés).
No faltan ni hechos violentos ni masacres, tampoco la movilización de la opinión pública para impulsar un vuelco verdadero al insostenible régimen de control de armas estadounidenses. Sin embargo, lamentablemente, continúa siendo mucho más poderosa la actuación deliberada de la NRA y otros grupos de intereses especiales asociados, que «trabajan» con generosas contribuciones y amenazas de represalias sobre cada funcionario decisorio en el tema dentro del Gobierno y el Congreso.
La mayor organización defensora de la posesión de armas de Estados Unidos, fundada en 1871, es uno de los más fieles donantes de congresistas y aspirantes presidenciales, especialmente del Partido Republicano. Durante la campaña electoral del 2016, ese lobby destinó más de 30 millones de dólares a favor del candidato republicano Donald Trump.
Una vez en la presidencia, el 28 de abril del 2017, Donald Trump participó en la convención de la Asociación Nacional del Rifle. Fue el primer mandatario estadounidense que participa en este encuentro desde Ronald Reagan y agradecido por sus contribuciones expresó: “Ustedes tienen un verdadero amigo en la Casa Blanca”.
(Tomado de Granma)
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