Los españoles de izquierda, por encima de militancia partidaria, recibieron en la noche del 17 de septiembre la peor noticia que podían imaginar. Pedro Sánchez, el socialista que encabeza el gabinete en funciones, apareció en televisión para confirmar que no habrá gobierno de izquierda. Se ponía así fin a cinco meses de negociaciones llevadas a cabo más a través de los medios de comunicación que en reuniones entre partidos.
PSOE y Unidas Podemos no se han puesto de acuerdo en cinco meses, con verano y vacaciones de por medio, que la mayoría de los comentaristas políticos y la ciudadanía en general ha interpretado como una partida de ajedrez político sin el ánimo final de llegar a acuerdos concretos.
En ese juego, Sánchez fue el primero en mover en mover ficha, como le correspondía, acercándose a Unidas Podemos, para admitir enseguida que el problema para un eventual acuerdo con su principal rival a la izquierda era la figura de su jefe, Pablo Iglesias. Este se retiró del juego para dejar en evidencia a Sánchez, que contraatacó ofreciendo una vicepresidencia y tres ministerios a UP. Unidas Podemos consideró después que esos puestos en el gabinete no eran relevantes, lo que hizo respirar a los socialistas que, en el fondo, no hubieran soportado tener en la misma mesa del consejo de ministros a cuatro "enemigos" con ideas en muchos terrenos muy alejadas de los socialistas. "Un contragobierno" dijeron después los socialistas, que pedían luego un apoyo extragubernamental "a la portuguesa".