No quiero ni puedo exagerar. Aún no está Martí como quisiéramos y como hace falta que esté, para terminar de bordar el alma de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos. Seguimos y seguiremos necesitándolo siempre. Y es nuestra responsabilidad enseñarlo, sabia y amorosamente, como sólo los buenos padres y los buenos maestros saben hacer.