LA VOZ DE LA SANGRE
Fue hacia la tercera luna Cuando lo sintió en los centros. Estaba sobre la hierba Tumbada de cara al cielo, Viendo la tarde morirse Sobre sus ojos abiertos, Cuando notó en la cintura Como un pájaro pequeño Que aleteó por lo oscuro De su vientre unos momentos Y luego vino a pararse Sobre su talle en silencio. Fue: Hacia la tercera luna Cuando lo sintió en los centros. Un ¡Ay! de gozo y asombro Y otro de duda y recelo, Salieron de su garganta. Las tórtolas de su pecho, Se erizaron de blancura Y un temblor de alumbramiento Sacudió de sur a norte Todo el mapa de su cuerpo E hizo crujir entre sombras La rama de su esqueleto. En un brinco de gacela Se ha levantado del suelo Y ha echado a andar lentamente Por la vereda de cedros. Parece tallada en piedra La cara de Sacramento. Iré a ver a la Jacinta, Lo mismo que otras hicieron. Ella conoce las plantas Y sabrá darme el remedio. ¿No te da pena matarme Antes de nacer? Que miedo Le dio al escuchar la voz Que le salía al encuentro, Envuelta en hilos de sangre Cortando su propio aliento. ¿Quién res, que así me hablas? -Ahora nadie. Casi un sueño. Mañana -situ me dejas- Un hombre de cuerpo entero. -Y ¿qué voy a hacer: Mi niño? -Parirme como un almendro En la mitad de la cama, Con las entrañas ardiendo. -Pero... ¿Y mi honra?-Tu honra, La limpiaras con tus besos. Las madres después del parto, Quedan igual que un espejo. -Pero me faltan seis meses; Seis plenilunios completos, Frente a los ojos que miran Y las bocas de veneno. -Y a ti ¿Qué te importa nadie? Ponte delante del pueblo Y escúpele la belleza De llevar un hijo dentro. -Temo a las lenguas cobardes. -Y en cambio ¿No te da miedo Ir a buscar una planta, De sombra, flor de silencio, Para derramar mi vida Por el primer sumidero Y que no quede del hijo Ni una fecha, ni un recuerdo? -¡Calla!. -No puedo callarme. Una perra no haría eso. Me lamería los ojos Hasta que los fuera abriendo. Pondría mi piel suave Lo mismo que el terciopelo Y luego ya sin saliva Con los dientes al acecho, Se tumbaría a mi lado Hecha un río dulce y tierno Para que yo la dejara, Hasta sin cal en los huesos. ¡Por Dios! Por él yo te pido, Que no me dejes sin cielo. Corta sabanas de Holanda, Borda pañales de céfiro, Aprende nanas azules Y planta naranjos nuevos. Y cuando me hayas parido Como a un torito pequeño, Abre puertas y ventanas. Que me contemplen durmiendo, Lo mismo que un patriarca En el valle de tus pechos. -La voz se apagó en la sangre- La cara de Sacramento, Parece, como de barro, De oscura que se le ha puesto. Y con sus manos sin pulso, Se toca el vientre moreno. -¡Ay!¡Qué monte de alegría, Qué rosal al descubierto, Que luna bajo la falda, Qué lirio de talle inquieto!- Yo te juro: ¡Amor, mi niño! Por mis vivos y mis muertos, Que te he de parir un día Sonámbula de contento, Aunque me escupan a una, Todas las bocas del pueblo.
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