Desde el inicio de la historia humana, el hombre empezó a experimentar la muerte que se presentaba como un límite trágico e insuperable. Ante la muerte el hombre se sentía impotente, derrotado, destruido y sin palabras. La tristeza y la desesperación son sus compañeras. Se sentían así los que veían acercarse a la propia muerte, como también los que vivían la muerte de un ser querido.
El hombre no sabía cómo resistirla. Casi siempre la muerte llegaba en los momentos más inoportunos. A veces de un modo improvisado, en un accidente, con una enfermedad repentina y fulminante, o a causa de una violencia... Y así terminaba la vida de una persona llena de sueños y de proyectos. Ni el dinero, los bienes o la fama podían prolongar o evitar su llegada. La muerte era el signo de cuánto era estúpida la vida humana en esta tierra. El hombre que se daba cuenta de su irremediable destino hacia la muerte, era condenado a la angustia, la tristeza, la depresión. Se decía: Para todo se puede encontrar una solución, menos para la muerte.
La muerte era vista, también, como el más grande castigo que se podría dar a una persona. Así algunos para vengarse o las sociedades para punir y protegerse, daban la muerte a quien había hecho el mal. Nada podría ser peor para una persona que morir.
También al inicio de la revelación, en los primeros siglos del pueblo de Dios, así se pensaba. No se hablaba de resurrección. Se pensaba que los muertos sencillamente habitaban en el Sheol, y pertenecían a un mundo completamente olvidado.
Sólo en los últimos siglos antes de Cristo es que los judíos empezaron a hablar de la resurrección; pero, ésta ocurriría solamente en el último día, o sea al final de la historia. Hasta allí, los muertos todos estarían esperando en el Sheol.
También los discípulos de Cristo, creían en la resurrección, y esperaban que su maestro fuera a resucitar, pero en el último día, al final de la historia. Una vez muerto, él ya no podía más intervenir en sus vidas. Por eso, cada uno tendría que volver a sus cosas. La muerte de Jesús, para ellos significaba el fin de todo aquel sueño.
Las mujeres que van al sepulcro en la mañana del domingo cuando aún era oscuro, van para dar al cuerpo de Jesús los honores que se hacían a los muertos. Ellas no pudieron hacerlo el viernes por la prisa, ya que tenían que sepultarlo antes del atardecer, pues sería el inicio del sábado, ya que el sábado no se podía hacer nada. Estaban buscando sólo un cadáver. Ellas querían colocar los aromas, despedirse más sentidamente, y después entregar a Jesús a la tierra para que se descompusiera.
Después de esto, pensaban seguramente en volver cada una a su vida anterior, sabiendo que con Jesús ya no podrían contar más, pues él ahora pertenecía al mundo de los muertos.
Por eso, cuando escuchan la voz de los ángeles que les dicen: "¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, resucitó," sus corazones se llenaron de alegría, por dos motivos: en primer lugar, porque Jesús había vuelto de la muerte. Aunque lo habían asesinado, Dios lo había resucitado, y él podía continuar interviniendo en la historia. Ellas no tenían que retornar a sus vidas de antes, pero sí podían continuar con la propuesta de vida nueva que les había hecho Jesús. En segundo lugar: porque la resurrección de Jesús, cambiaba completamente la relación del hombre con la muerte. En él, todos podrían vencer a la muerte. Lo que Dios hizo con él, puede hacer con todos los hombres que se unen a él. En Cristo, Dios puede hacer nuevas todas las cosas.
La resurrección de Cristo hacía cambiar toda la perspectiva de futuro. El hombre ya no viviría la angustia de la muerte, ya no se sentiría impotente y ni la temería. Ahora el dicho tenía que ser cambiado: "Para todo en la vida se tiene una solución, hasta para la muerte."
Estaba empezando allí la nueva historia de la humanidad. Los cristianos tenían una buena noticia para dar a todos los hombres: Jesús venció a la muerte. La vida humana en este mundo no es una tragedia. Tiene un sentido, basta saber direccionar. Y los discípulos lo anunciaron por todas partes. Y delante de las amenazas: “¡cállense o les mataremos!”, ellos decían: “la muerte no es más un problema para nosotros. Ni la muerte nos puede paralizar.”
Es por eso que la resurrección de Cristo es el centro más importante de nuestra fe. Pues por un lado confirma y da autoridad a todo lo que Jesús había predicado antes de su muerte; y por otro lado cambia completamente la perspectiva de la vida humana en este mundo.
Ciertamente la pregunta que nos debemos hacer en este día de Pascua es: ¿De verdad, yo acepto la buena noticia de la resurrección de Cristo con todas sus implicancias en mi vida? ¿Ante la muerte yo actúo como cristiano o aún como pagano? ¿Vivo sabiendo que también yo puedo con Cristo vencer a la muerte, esto es resucitar? O ¿sólo intento huir de la muerte?
Pascua es esto: ¡Resurrección!
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
Hno Mariosvaldo Florentino, capuchino