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Reflexiones: Para reflexionar y acompañar el Año Litúrgico
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De: conmariano  (Mensaje original) Enviado: 18/07/2010 15:45

Para reflexionar y acompañar el Año Litúrgico

16º domingo durante el año
por Jorge A. Blanco
Departamento de Audiovisuales Editorial SAN PABLO
audiovisuales@san-pablo.com.ar   
 

En la actitud de María, una de las dos hermanas protagonistas del pasaje evangélico de este 16º Domingo durante el Año (Lc 10, 38-42), podemos vernos reflejados y analizar nuestra propia relación y actitud ante la Palabra del Señor. Ella, a diferencia de su hermana Marta, no sólo recibió a Jesús, sino que, además, privilegió y prestó especial atención a la palabra de su maestro por sobre otros intereses y ocupaciones, como discípula fiel. La ocasión es, entonces, propicia para indagarnos a nosotros mismos acerca del valor y la consideración que tiene hoy, para nuestra vida, la Palabra de Dios. Proyectemos nuestra reflexión personal y grupal, a partir del siguiente cuento, perteneciente a María Dolores Torres:
 
Ricardo estaba eufórico. Había leído que se abría un concurso para premiar la mejor carta de amor, escrita desde la aurora de la historia hasta el año 1996, justo cuando él cumplía 22 años. Una edad hermosa para investigar sobre las cartas de amor. Y empezó la idílica búsqueda: leyó cartas de amor a caballeros del Renacimiento; encendió epístolas de trovadores y poetas árabes, hindúes, músicos y artistas a sus amadas imposibles o reales; a Dulcineas, Vértices, Julietas, Galateas, Melibeas y amadas imaginarias.
 
Eran cartas ardientes, hermosas, envueltas en nubes de poesía y sentimientos delicados o pasionales. Pero no acababan de satisfacerlo. ¿Cuál elegir? Estuvo largo rato mirando las estrellas desde la ventana, una noche transida de aromas primaverales. Luego, fue a su mesa de trabajo y, casi distraídamente, puso su mano sobre un libro voluminoso encuadernado en cuero rojo, y con cantos dorados. Lo abrió al azar y leyó: …”Como lirio entre los cardos, es mi amada entre las doncellas…”. “Ven, paloma mía, que anidas en las hendiduras de las rocas, en la grieta de las peñas escarpadas. Muéstrame tu rostro, dame a oír tu voz, que tu voz es suave y amable es tu rostro”.
 
Ricardo, fascinado, siguió leyendo: “¡qué hermosa eres, amada mía, qué hermosa eres! Son palomas tus ojos, a través de tu pelo. ¡Ven del Líbano, esposa! ¡Prendiste mi corazón, hermana, esposa! Prendiste mi corazón en una de tus miradas, en una de las perlas de tu collar. Eres jardín cerrado, fuente sellada… Dulce más que el vino son tus amores (…); y Ricardo seguía leyendo, ya extasiado.
 
¿Qué libro será éste?, se preguntó. Lo cerró y vio: La Biblia. Pasó la noche entera hojeando el libro, y, cada vez más admirado, encontraba frases de amor, del que ama sin cansarse de perdonar, del que quiere la felicidad del ser amado; y copió algunas frases salidas de la boca de Jesús o de sus discípulos. “Nadie tiene mayor amor que dar la vida por sus amigos”. “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos”. “No amar es quedarse en la muerte”. “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su hijo unigénito”. “Hemos comprendido lo que es el amor, porque Jesús se desprendió de su vida por nosotros”· “Hijitos míos: ámense los unos a los otros”. “Amigos, no amemos de palabra, sino con obras y de verdad”. “En esto se hizo visible entre nosotros el amor de Dios: en que envió al mundo a su único hijo para que nos diera vida”.
 
Ricardo no cabía en sí de gozo: había encontrado la mejor recopilación de cartas de amor existentes en el mundo; y comprendió que la Biblia es la más perfecta, digna, sincera, infinita y milagrosa carta de amor escrita a la humanidad por Dios mismo a través de su Hijo y de sus mensajeros. Esa carta está rubricada con sangre redentora y, como epílogo, nos regala un mensaje de triunfal esperanza.
 
Cristo resucitó, y nosotros resucitaremos, para amar eternamente. Ricardo ganó el premio. ¿Qué premio? Haber conocido una carta de amor de Dios, que es la fuente del amor.
 
(María Dolores Torres, “La mejor carta de amor”, en La palabra y la luz, Ediciones Didascalia, publicado en el periódico Diálogo, nº 106, octubre de 2002).



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