Como han puesto en evidencia los estudios mariológicos recientes, la Virgen María ha sido honrada y venerada como Madre de Dios y Madre nuestra desde los albores del cristianismo.
En las pinturas marianas de las catacumbas de Priscilase muestra a la Virgen con el Niño al pecho y un profeta (quizá Isaías) a un lado. (Ver imagen que encabeza este texto)
Esto le lleva a decir a San Josemaría Escrivá que:
“los primeros cristianos, a los que hemos de acudir siempre como modelo, dieron un culto amoroso a la Virgen. En las pinturas de los tres primeros siglos del cristianismo, que se conservan en las catacumbas romanas, se la contempla representada con el niño Dios en brazos. ¡Nunca les imitaremos bastante en esta devoción a la Santísima Virgen!”
Sobre la devoción a Santa María en los siete primeros siglos de la vida de Iglesia existe una documentación espléndida, amplísima y solvente.
VISIÓN GENERAL DE LOS TESTIMONIOS HISTÓRICOS
Ya en los Evangelios la figura de la Virgen, discretamente presente, está rodeada de veneración. En estos pasajes, sobre todo en los relatos lucanos de la infancia del Señor y en la narración joánica de la presencia de Santa María al pie de la Cruz, se manifiesta una gran veneración hacia la Madre de Jesús y se encuentra descrita ya y como en germen, la veneración que le profesará el pueblo cristiano a lo largo de los siglos.
LOS PRIMEROS TESTIMONIOS PATRÍSTICOS
Los testimonios patrísticos sobre la Virgen comienzan ya en el mismo San Ignacio de Antioquía (+ ca. 110). Ignacio considera a Santa María en su carácter de Madre de Jesús y en el papel que su maternidad juega en la historia de la salvación. Esta maternidad es realzada, sobre todo, en la realidad de su facticidad frente a los gnósticos. Son conmovedores los textos en que Ignacio insiste en que Jesús ha nacido de (ex) Dios y de María(3).
Desde un primer momento la Virgen aparece cercana no sólo por su maternidad sobre el Señor, sino también por su intervención en la historia de la salvación. Buen testimonio de ellos es San Justino (+ 165). San Justino es el primero en dar testimonio del paralelismo Eva-María, de forma que la maternidad de Santa María sobre los creyentes comienza a abrirse camino en forma explícita en la conciencia de los cristianos(4). Ireneo de Lyón otorga forma extensa a este paralelismo, insistiendo en que Santa María es causa de salvación para sí misma y para todo el género humano(5).
Ireneo llama también a María abogada de Eva(6). Los mariólogos advierten con razón que estos textos ireneanos son de gran importancia(7). Tienen importancia desde el punto de la doctrina mariológica, y son de suma relevancia en el tema que estamos tratando. Estos textos y muchos otros del mismo tenor se encuentran en la base de la piedad cristiana hacia Santa María a la que comienza a acudir con confianza, precisamente por su característica de abogada e intercesora.
En este itinerario del apoyo teológico a la piedad popular hacia Santa María destaca Orígenes con rasgos propios (+ 253); su teología rodea de cariño y devoción a Santa María y ha atraído la atención de grandes mariólogos(8). Orígenes otorga gran importancia a la virginidad de Santa María y la presenta a las vírgenes como modelo a seguir. Ella recibió al Verbo en su seno; nosotros debemos recibir al Verbo en nuestra alma. Precisamente al presentar al evangelista San Juan como ejemplo de penetración espiritual de la Escritura, Orígenes afirma que sólo puede captar el sentido espiritual de la Escritura aquél que, como Juan, ha reposado su cabeza sobre el pecho de Jesús, aquél que, como Juan, ha recibido a María como Madre(9). Orígenes entiende que Juan recibe a María como Madre, por su parecido con Jesús; de ahí que entienda también que todo hombre que se asemeja a Cristo se convierte en hijo de María.
Se trata de expresiones mariológicas que merecen una gran atención a la hora de pensar en la devoción a María en los primeros siglos. Laa imagen que llega de Ella a los primeros cristianos a través de los Padres es la de una mujer sencilla y santa, Madre de Jesús, fuertemente implicada en la historia de la salvación, abogada incluso de Eva, ejemplo para las vírgenes, Madre de Cristo y de quienes se asimilan a él. Todo esto insinúa que ya a mediados del siglo III, al menos en Alejandría, se encontraba extendida la devoción a Santa María y la costumbre de invocarla con el título de Theotokos.
El testimonio más impresionante se encuentra en la oración Sub tuum praesidium, que consideraremos inmediatamente. El historiador Sócrates ofrece un dato verdaderamente interesante en torno a Orígenes. Según Sócrates, Orígenes habría explicado el significado del título Theotokos en su primer tomo de comentarios a la Carta de San Pablo a los Romanos(10). Se trata de un título mariano bien preciso y que será como una bandera discutida en los aledaños de Éfeso. Parece ser que Orígenes se habría sentido en la necesidad de explicar bien este título, por la gran difusión que había adquirido entre el pueblo cristiano la costumbre de invocar a Santa María como Madre de Dios.
Los escritos apócrifos recogen un amplio panorama de creencias populares y, sobre todo, constituyen un testimonio de la piedad popular de grandes sectores cristianos. Son notables las descripciones de la virginidad de Santa María en la Ascensión de Isaías (siglo I), Las Odas de Salomón (siglo II) y Los oráculos sibilinos (siglos II-III). Todos ellos destacan la virginidad de Santa María. El Protoevangelio de Santiago habla ya de la vida de oración y de la santidad de la Virgen. La Asunción de María es largamente tratada en el Transitus Mariae (siglos III-IV)(11). Recientemente se ha mostrado cómo el influjo de este apócrifo llega hasta la escinificación del misterio de Elche(12).
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