Autor: P. Fernando Pascual LC
| Fuente: Catholic.net Una
conciencia que siempre habla |
Podemos escuchar la voz del mismo Dios, que nos pide romper con
el egoísmo, dejar vicios que destruyen, superar miedos que paralizan. |
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Una conciencia que siempre
habla | La conciencia nos acompaña siempre,
nos habla de mil maneras. Antes de tomar una decisión, para sugerirnos lo que es
bueno y para alertarnos sobre lo que es malo. Mientras llevamos adelante
nuestros propósitos, como una luz que está siempre a nuestro lado. Después de
que hicimos lo que hicimos, como una voz que aprueba o que condena, que pide
justicia o que aplaude por el bien realizado.
No podemos olvidar nunca,
en el camino de la vida, esa voz interior de la conciencia que puede resultar
decisiva, para el bien, si está bien formada, o para la propia ruina y el daño
de los seres cercanos, si está herida por deformaciones de gravedad.
La
conciencia es esa potencia de juicio que indica, cuando funciona correctamente,
dónde está el bien, dónde está el mal, cómo romper con el pecado, cómo avanzar
hacia la virtud.
De una manera sencilla y cercana, en la conciencia
podemos escuchar la voz del mismo Dios, que nos pide romper con el egoísmo, que
nos lanza a dejar vicios que destruyen, que nos exige superar miedos que
paralizan.
Si la escuchamos, si la seguimos, podremos entrar en el mundo
de la justicia, de la belleza, de la verdad, del bien, del amor que inicia en el
tiempo y que dura para siempre.
Quien escucha a su conciencia, quien la
acoge en sus buenos consejos, quien la educa a través de lecturas sanas, de la
ayuda de personas maduras y buenas, de las luces que Dios ofrece en momentos de
oración o simplemente mientras vamos de una habitación a otra, tendrá en ella un
faro que ilumina toda la vida, que ayuda a tomar decisiones buenas, que aparta
de la oscuridad de las pasiones y de las influencias negativas de falsos amigos.
Se adentrará, entonces, en un mundo luminoso y bello, en una existencia llena de
alegrías auténticas.
Tener una conciencia buena, sana, fuerte, bien
formada, es el camino imprescindible para entrar en el mundo del Evangelio, para
vivir en gracia, para crecer en el amor auténticamente cristiano.
Hoy,
como siempre, necesitamos valorar el papel de la conciencia, para no sucumbir en
un mundo de prisas, de superficialidades, de consumismo, de soberbia. Así
tendremos, en esa voz interior de la conciencia, una aliada buena, enérgica y
luminosa, en los mil cruces de caminos que pasan ante nuestros ojos mientras
seguimos en marcha hacia el encuentro eterno con Dios Padre.
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