|
General: 4 de agosto Día del Párroco
Elegir otro panel de mensajes |
|
De: conmariano (Mensaje original) |
Enviado: 04/08/2010 02:11 |
4 de agosto Día del Párroco SAN JUAN MARÍA VIANNEY (1786-1859) EL SANTO CURA DE ARS . Sacerdote diocesano, miembro de la Tercera Orden Franciscana, que tuvo que superar incontables dificultades para llegar a ordenarse de presbítero. Su celo por las almas, sus catequesis y su ministerio en el confesonario transformaron el publecillo de Ars, que a su vez se convirtió en centro de frecuentes peregrinaciones de multitudes que buscaban al Santo Cura. Es patrono de los párrocos.
Lo canonizó el Papa Pío XI el 31 de mayo de 1925, quien tres años más tarde, en 1928, lo nombró patrono de los Párrocos Jesús, Buen Pastor, que has querido guiar a tu pueblo mediante el ministerio de los sacerdotes: ¡gracias por este regalo para tu iglesia y para el mundo!. Te pedimos por quienes has llamado a se tus ministros: cuídalos y concédeles el ser fieles. Que sepan estar en medio y delante de tu pueblo siguiendo tus huellas e irradiando tus mismos sentimientos. Te rogamos por quienes están preparando para servir como pastores que sean disponibles y generosos para dejarse moldear según tu corazón. Te pedimos por los jóvenes a quienes también hoy llamas: Que sepan escucharte y tengan el coraje de responderte, que no sean indiferentes A tu mirada tierna y comprometedora, que te descubran como el verdadero Tesoro y estén dispuestos a dar la vida “hasta el extremo”. “Que la palabra del Señor sea siempre Espejo en los sacerdotes y les conceda un Espíritu de fortaleza y alegría Más fuerte que cualquier miedo” Te lo pedimos junto a María Nuestra Madre de Luján, Y San Juan María Vianney, El Santo Cura de Ars. Amén |
|
|
Primer
Anterior
2 a 2 de 2
Siguiente
Último
|
|
Autor: . | Fuente: www.ewtn.com Juan María
Vianney, Santo |
Cura de Ars, 4 de agosto |
|
![Juan María Vianney, Santo](http://es.catholic.net/catholic_db/imagenes_db/gente/juan-vianney.jpg) |
Juan María Vianney, Santo |
El Cura de ArsMartirologio Romano: Memoria de san
Juan María Vianney, presbítero, que durante más de cuarenta años se entregó de
una manera admirable al servicio de la parroquia que le fue encomendada en la
aldea de Ars, cerca de Belley, en Francia, con una intensa predicación, oración
y ejemplos de penitencia. Diariamente catequizaba a niños y adultos,
reconciliaba a los arrepentidos y con su ardiente caridad, alimentada en la
fuente de la Eucaristía, brilló de tal modo, que difundió sus consejos a lo
largo y a lo ancho de toda Europa y con su sabiduría llevó a Dios a muchísimas
almas (1859).
Uno de los santos más populares en los últimos tiempos
ha sido San Juan Vianey, llamado el santo Cura de Ars. En él se ha cumplido lo
que dijo San Pablo: "Dios ha escogido lo que no vale a los ojos del mundo, para
confundir a los grandes".
Era un campesino de mente rústica, nacido en
Dardilly, Francia, el 8 de mayo de 1786. Durante su infancia estalló la
Revolución Francesa que persiguió ferozmente a la religión católica. Así que él
y su familia, para poder asistir a misa tenían que hacerlo en celebraciones
hechas a escondidas, donde los agentes del gobierno no se dieran cuenta, porque
había pena de muerte para los que se atrevieran a practicar en público
sulreligión. La primera comunión la hizo Juan María a los 13 años, en una
celebración nocturna, a escondidas, en un pajar, a donde los campesinos llegaban
con bultos de pasto, simulando que iban a alimentar sus ganados, pero el objeto
de su viaje era asistir a la Santa Misa que celebraba un sacerdote, con grave
peligro de muerte, si los sorprendían las autoridades.
Juan María deseaba
ser sacerdote, pero a su padre no le interesaba perder este buen obrero que le
cuidaba sus ovejas y le trabajaba en el campo. Además no era fácil conseguir
seminarios en esos tiempos tan difíciles. Y como estaban en guerra, Napoléon
mandó reclutar todos los muchachos mayores de 17 años y llevarlos al ejército. Y
uno de los reclutados fue nuestro biografiado. Se lo llevaron para el cuartel,
pero por el camino, por entrar a una iglesia a rezar, se perdió del gurpo.
Volvió a presentarse, pero en el viaje se enfermó y lo llevaron una noche al
hospital y cuando al día siguiente se repuso ya los demás se habían ido. Las
autoridades le ordenaron que se fuera por su cuenta a alcanzar a los otros, pero
se encontró con un hombre que le dijo. "Sígame, que yo lo llevaré a donde debe
ir". Lo siguió y después de mucho caminar se dio cuenta de que el otro era un
desertor que huía del ejército, y que se encontraban totalmente lejos del
batallón.
Y al llegar a un pueblo, Juan María se fue a donde el alcalde a
contarle su caso. La ley ordenaba pena de muerte a quien desertara del ejército.
Pero el alcalde que era muy bondadoso escondió al joven en su casa, y lo puso a
dormir en un pajar, y así estuvo trabajando escondido por bastante tiempo,
cambiándose de nombre, y escondiéndose muy hondo entre el pasto seco, cada vez
que pasaban por allí grupos del ejército. Al fin en 1810, cuando Juan llevaba 14
meses de desertor el emperador Napoleón dio un decreto perdonando la culpa a
todos los que se habían fugado del ejército, y Vianey pudo volver otra vez a su
hogar.
Trató de ir a estudiar al seminario pero su intelecto era romo y
duro, y no lograba aprender nada. Los profesores exclamaban: "Es muy buena
persona, pero no sirve para estudiante No se le queda nada". Y lo
echaron.
Se fue en peregrinación de muchos días hasta la tumba de San
Francisco Regis, viajando de limosna, para pedirle a ese santo su ayuda para
poder estudiar. Con la peregrinación no logró volverse más inteligente, pero
adquirió valor para no dejarse desanimar por las dificultades.
El Padre
Balley había fundado por su cuenta un pequeño seminario y allí recibió a Vianey.
Al principio el sacerdote se desanimaba al ver que a este pobre muchacho no se
le quedaba nada de lo que él le enseñaba Pero su conducta era tan excelente, y
su criterio y su buena voluntad tan admirables que el buen Padre Balley dispuso
hacer lo posible y lo imposible por hacerlo llegar al sacerdocio.
Después
de prepararlo por tres años, dándole clases todos los días, el Padre Balley lo
presentó a exámenes en el seminario. Fracaso total. No fue capaz de responder a
las preguntas que esos profesores tan sabios le iban haciendo. Resultado:
negativa total a que fuera ordenado de sacerdote.
Su gran benefactor, el
Padre Balley, lo siguió instruyendo y lo llevó a donde sacerdotes santos y les
pidió que examinaran si este joven estaba preparado para ser un buen sacerdote.
Ellos se dieron cuenta de que tenía buen criterio, que sabía resolver problemas
de conciencia, y que era seguro en sus apreciaciones en lo moral, y varios de
ellos se fueron a recomendarlo al Sr. Obispo. El prelado al oír todas estas
cosas les preguntó: ¿El joven Vianey es de buena conducta? - Ellos le
repondieron: "Es excelente persona. Es un modelo de comportamiento. Es el
seminarista menos sabio, pero el más santo" "Pues si así es - añadió el prelado
- que sea ordenado de sacerdote, pues aunque le falte ciencia, con tal de que
tenga santidad, Dios suplirá lo demás".
Y así el 12 de agosto de 1815,
fue ordenado sacerdote, este joven que parecía tener menos inteligencia de la
necesaria para este oficio, y que luego llegó a ser el más famoso párroco de su
siglo (4 días después de su ordenación, nació San Juan Bosco). Los primeros tres
años los pasó como vicepárroco del Padre Balley, su gran amigo y
admirador.
Unos curitas muy sabios habían dicho por burla: "El Sr. Obispo
lo ordenó de sacerdote, pero ahora se va a encartar con él, porque ¿a dónde lo
va a enviar, que haga un buen papel?".
Y el 9 de febrero de 1818 fue
envaido a la parroquia más pobre e infeliz. Se llamaba Ars. Tenía 370
habitantes. A misa los domingos no asistían sino un hombre y algunas mujeres. Su
antecesor dejó escrito: "Las gentes de esta parroquia en lo único en que se
diferecian de los ancianos, es en que ... están bautizadas". El pueblucho estaba
lleno de cantinas y de bailaderos. Allí estará Juan Vianey de párroco durante 41
años, hasta su muerte, y lo transformará todo.
El nuevo Cura Párroco de
Ars se propuso un método triple para cambiar a las gentes de su desarrapada
parroquia. Rezar mucho. Sacrificarse lo más posible, y hablar fuerte y duro.
¿Qué en Ars casi nadie iba a la Misa? Pues él reemplazaba esa falta de
asistencia, dedicando horas y más horas a la oración ante el Santísimo
Sacramento en el altar. ¿Qué el pueblo estaba lleno de cantinas y bailaderos?
Pues el párroco se dedicó a las más impresionantes penitencias para
convertirlos. Durante años solamente se alimentará cada día con unas pocas papas
cocinadas. Los lunes cocina una docena y media de papas, que le duran hasta el
jueves. Y en ese día hará otro cocinado igual con lo cual se alimentará hasta el
domingo. Es verdad que por las noches las cantinas y los bailaderos están
repletos de gentes de su parroquia, pero también es verdad que él pasa muchas
horas de cada noche rezando por ellos. ¿Y sus sermones? Ah, ahí si que enfoca
toda la artillería de sus palabras contra los vicios de sus feligreses, y va
demoliendo sin compasión todas las trampas con las que el diablo quiere
perderlos.
Cuando el Padre Vianey empieza a volverse famoso muchas gentes
se dedican a criticarlo. El Sr. Obispo envía un visitador a que oiga sus
sermones, y le diga que cualidades y defectos tiene este predicador. El enviado
vuelve trayendo noticias malas y buenas.
El prelado le pregunta: "¿Tienen
algún defecto los sermones del Padre Vianey? - Sí, Monseñor: Tiene tres
defectos. Primero, son muy largos. Segundo, son muy duros y fuertes. Tercero,
siempre habla de los mismos temas: los pecados, los vicios, la muerte, el
juicio, el infierno y el cielo". - ¿Y tienen también alguna cualidad estos
sermones? - pregunta Monseñor-. "Si, tienen una cualidad, y es que los oyentes
se conmueven, se convierten y empiezan una vida más santa de la que llevaban
antes".
El Obispo satisfecho y sonriente exclamó: "Por esa última
cualidad se le pueden perdonar al Párroco de Ars los otros tres
defectos".
Los primeros años de su sacerdocio, duraba tres o más horas
leyendo y estudiando, para preparar su sermón del domingo. Luego escribía.
Durante otras tres o más horas paseaba por el campo recitándole su sermón a los
árboles y al ganado, para tratar de aprenderlo. Después se arrodillaba por horas
y horas ante el Santísimo Sacramento en el altar, encomendándo al Señor lo que
iba decir al pueblo. Y sucedió muchas veces que al empezar a predicar se le
olvidaba todo lo que había preparado, pero lo que le decía al pueblo causaba
impresionantes conversiones. Es que se había preparado bien antes de
predicar.
Pocos santos han tenido que entablar luchas tan tremendas
contra el demonio como San Juan Vianey. El diablo no podía ocultar su canalla
rabia al ver cuantas almas le quitaba este curita tan sencillo. Y lo atacaba sin
compasión. Lo derribaba de la cama. Y hasta trató de prenderle fuego a su
habitación . Lo despertaba con ruidos espantosos. Una vez le gritó: "Faldinegro
odiado. Agradézcale a esa que llaman Virgen María, y si no ya me lo habría
llevado al abismo".
Un día en una misión en un pueblo, varios sacerdotes
jovenes dijeron que eso de las apariciones del demonio eran puros cuentos del
Padre Vianey. El párroco los invitó a que fueran a dormir en el dormitorio donde
iba a pasar la noche el famoso padrecito. Y cuando empezaron los tremendos
ruidos y los espantos diabólicos, salieron todos huyendo en pijama hacia el
patio y no se atrevieron a volver a entrar al dormitorio ni a volver a burlarse
del santo cura. Pero él lo tomaba con toda calma y con humor y decía: "Con el
patas hemos tenido ya tantos encuentros que ahora parecemos dos compinches".
Pero no dejaba de quitarle almas y más almas al maldito Satanás.
Cuando
concedieron el permiso para que lo ordenaran sacerdote, escribieron: "Que sea
sacerdote, pero que no lo pongan a confesar, porque no tiene ciencia para ese
oficio". Pues bien: ese fue su oficio durante toda la vida, y lo hizo mejor que
los que sí tenían mucha ciencia e inteligencia. Porque en esto lo que vale son
las iluminaciones del Espíritu Santo, y no nuestra vana ciencia que nos infla y
nos llena de tonto orgullo.
Tenía que pasar 12 horas diarias en el
confesionario durante el invierno y 16 durante el verano. Para confesarse con él
había que apartar turno con tres días de anticipación. Y en el confesionario
conseguía conversiones impresionantes.
Desde 1830 hasta 1845 llegaron 300
personas cada día a Ars, de distintas regiones de Francia a confesarse con el
humilde sacerdote Vianey. El último año de su vida los peregrinos que llegaron a
Ars fueron 100 mil. Junto a la casa cural había varios hoteles donde se
hospedaban los que iban a confesarse.
A las 12 de la noche se levantaba
el santo sacerdote. Luego hacía sonar la campana de la torre, abría la iglesia y
empezaba a confesar. A esa hora ya la fila de penitentes era de más de una
cuadra de larga. Confesaba hombres hasta las seis de la mañana. Poco después de
las seis empezaba a rezar los salmos de su devocionario y a prepararse a la
Santa Misa. A las siete celebraba el santo oficio. En los últimos años el Obispo
logró que a las ocho de la mañana se tomara una taza de leche.
De ocho a
once confesaba mujeres. A las 11 daba una clase de catecismo para todas las
personas que estuvieran ahí en el templo. Eran palabras muy sencillas que le
hacían inmenso bien a los oyentes.
A las doce iba a tomarse un ligerísimo
almuerzo. Se bañaba, se afeitaba, y se iba a visitar un instituto para jóvenes
pobres que él costeaba con las limosnas que la gente había traido. Por la calle
la gente lo rodeaba con gran veneración y le hacían consultas.
De una y
media hasta las seis seguía confesando. Sus consejos en la confesión eran muy
breves. Pero a muchos les leía los pecados en su pensamiento y les decía los
pecados que se les habían quedado sin decir. Era fuerte en combatir la
borrachera y otros vicios.
En el confesionario sufría mareos y a ratos le
parecía que se iba a congelar de frío en el invierno y en verano sudaba
copiosamente. Pero seguía confesando como si nada estuviera sufriendo. Decía:
"El confesionario es el ataúd donde me han sepultado estando todavía vivo". Pero
ahí era donde conseguía sus grandes triunfos en favor de las almas.
Por
la noche leía un rato, y a las ocho se acostaba, para de nuevo levantarse a las
doce de la noche y seguir confesando.
Cuando llegó a Ars solamente iba
un hombre a misa. Cuando murió solamente había un hombre en Ars que no iba a
misa. Se cerraron muchas cantinas y bailaderos.
En Ars todos se sentían
santamente orgullosos de tener un párroco tan santo. Cuando él llegó a esa
parroquia la gente trabajaba en domingo y cosechaba poco. Logró poco a poco que
nadie trabajara en los campos los domingos y las cosechas se volvieron mucho
mejores.
Siempre se creía un miserable pecador. Jamás hablaba de sus
obras o éxitos obtenidos. A un hombre que lo insultó en la calle le escribió una
carta humildísima pidiendole perdón por todo, como si el hubiera sido quién
hubiera ofendido al otro. El obispo le envió un distintivo elegante de canónigo
y nunca se lo quiso poner. El gobierno nacional le concedió una condecoración y
él no se la quiso colocar. Decía con humor: "Es el colmo: el gobierno
condecorando a un cobarde que desertó del ejército". Y Dios premió su humildad
con admirables milagros.
El 4 de agosto de 1859 pasó a recibir su premio
en la eternidad.
Fue beatificado el 8 de enero de 1905 por el Papa San
Pío X, y canonizado por S.S. Pío XI el 31 de mayo de 1925.
| |
|
|
|
|
|
|
|
©2025 - Gabitos - Todos los derechos reservados | |
|
|