Juan Diéguez Olaverri
La garza (Fragmento)
¡Oh tú de la onda inmaculado lirio, melancólica reina del estanque, tan silenciosa, tan inmoble, y límpida, cual si te hubiesen cincelado en jaspe!
El destino a tus playas solitarias condújome tal vez porque te cante, y mustio como tú, cual tu infelice, yo de cantarte he mísero vate:
Ora te mire en la serena orilla, de mansedumbre y de dolor imagen plegado al pecho el serpentino cuello y el pico entre los límpidos cristales:
Ora remando en acompasado vuelo, cual blanca navecilla de los aires, al céfiro agitando con tus alas, como a la onda los remos de la nave:
Ora en las ramas del ciprés oscuro, a la Hada entre las sombras semejante, vengas a oir en soledad sombría los últimos murmullos de la tarde.
Sí: yo te canto límpida garzota espléndida azucena de las aves, más bella que la espuma del torrente, que del peñasco borbollando cae;
rival de la paloma sin mancilla, más pura que la nieve deslumbrante, émula silenciosa de los cisnes; ¡Salve garza gentil, mil veces salve!
Avara y caprichosa la Armonía te cerró tus nectáreos manantiales, que sacian a sus tiernos ruiseñores y cisnes canos de argentinas fauces;
mas te infundió Naturaleza artista en tu propia mudez bello lenguaje; de dolor te formó viviente estatua, como a esculpirla no alcanzara el arte;
el dolor te inspiró más dulce y manso su elegíaca expresión tan penetrante, tu actitud modeló melancolía, inocencia te dio tu albo ropaje.
¿Qué haces allí, oh nítida azucena, como sembrada en la anchurosa margen? ¿Nuevo narciso en el cristal contemplas, por ventura, el albor de tu plumaje?
¿O en dolorosa soledad el duelo haces tal vez de tu perdido amante, o de la tierna devorada prole que en el robado nido ya no hallaste?
¿Comprendes tú mis vivas simpatías, cuando enhiestas el cuello por mirarme? ¿comprendiste mis votos y mis ansias, viéndote ayer en tan terrible trance?
Asesino traidor de sutil planta, oculto se te acerca entre los sauces... ¡Ay de ti ...! Ya te apunta... ¡ya la muerte miro en tu pecho cándido cebarse!
Brilla entre el humo pálida la llama, las ondas salpicando, el plomo cae, vuelas tú, yo respiro y el estruendo aún se prolonga por el ancho valle.
La muerte apenas con sus alas roza tus blancas plumas que en el aura esparce que un breve instante en el espacio giran y van cayendo y en el agua yacen.
oyera el cielo con piedad mis votos, óigalos siempre así, siempre te guarde; pero ¡ay Dios! y tu nevada pluma enrojecida en tu inocente sangre.
Y yo, leve juguete del destino, cual l ahoja de sañudos huracanes, yo cuyo sueño la tormenta arrulla, yo pobre alción en agitados mares,
yo de tu lado vagabundo huésped he de faltar también, tal vez más antes; la última sea acaso que mi planta huella la florecilla de estas márgenes.
Tal vez mañana por lejanos climas huyendo vaya de la ley del sable, si estas montañas de la paz asilo, también atruena la civil barbarie.
¿Y quién preguntará, lirio de la onda dónde la suerte nos echó inconstante? ¿Qué fue de la garzota inmaculada; qué de su errante y solitario vate
que por la orilla del risueño lago vagaba un tiempo al declinar la tarde, que en las someras raíces se asentaba de este frondoso y corpulento amate;
o en lo más alto de las altas cumbres por la ancha brecha de los montes parte, allá en el horizonte delineados, gustaba contemplar sus patrios Andes?
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