Juan Díaz Covarrubias
A la luna
Quédate, ¡oh luna!, plácida, argentada, queda con tus encantos, tu luz pura, yo ocultaré mi vida abandonada entre las sombras de la noche oscura.
Y si alumbra tu luz, pálida y triste, a la hermosa que amé sin esperanza, dila que el llanto que en mis ojos viste, nadie en el mundo a disipar alcanza.
Ahora, tal vez risueña y afanosa te contempla al vagar entre las flores, o a su amante esperando cariñosa se aduerme en sueños de ilusión y amores.
Yo adoré a esa mujer, pura violeta que brotó entre la lava de este suelo; más pura que el ensueño de un poeta, traslado de los ángeles del cielo.
Dulce suspiro de inocente niño, ángel de amor que por amor delira, plácida virgen del primer cariño, flor que perfuma y perfumando expira.
Contémplala feliz, luna querida al dulce lazo del placer sujeta, que yo tranquilo cruzaré la vida con mi llanto y miseria de poeta.
Dila que su recuerdo en mi memoria por siempre existirá, solo, profundo, ya me acaricie un porvenir de gloria o ya cruce mendigo por el mundo.
Y al dejar de la vida la ribera, cuando cansado de llorar, sucumba, alumbra ¡oh luna! por la vez postrera las olvidadas flores de mi tumba.
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