Jordi Doce
Amanecer con tejo
En sombra, este ramaje dispone celdas, redecillas, calladas oquedades de una penumbra que la escarcha humedece apenas con lengua terca y desprendida. A espaldas de la luz principiante, mientras ladran los perros a lo lejos y el íntimo rumor del aire aviva los matojos de las lindes, cuánta noche se anuda aún en su corteza atenta como una palabra no dicha, como una sílaba prohibida que el alba sólo atina a remedar con voz y cuerpo largo de calina. Grávida, la mañana desciende, se detiene junto al tronco como enhebrada a su perfil negro, fijo, nocturno, de dueño que reclama sin prisa a su lebrel.
También sin prisa, yo los miro absorto en la terraza, con palabras que el silencio propone como ciñe el ramaje esa luz que despierta y, breve, se despereza tras la primera nube fugitiva.
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