Jordi Doce
Después de la tormenta
Cuelgan las nubes sobre el día como una sucia piel curtida o la panza de un animal dispuesto para turbios sacrificios ante los filos de la luz y el frío. Aún tiemblan los vidrios con el impacto del pedrisco y en la aspereza del asfalto palpita y se deshace la mínima blancura de los hielos, como siembra a destiempo que ni el cuervo siquiera codiciará. Pasajera furia que sobrecoge, súbita, deslizas en el oído un fondo percusor sobre el que vuelve a florecer la vida, feraz como el vapor de los jardines, mientras arriba las inquietas puntadas de la luz abren en la grisalla la imagen espectral de un asombro para dubitativos.
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