Claribel Alegría
CARTA AL TIEMPO
Estimado señor: Esta carta la escribo en mi cumpleaños. Recibí su regalo. No me gusta. Siempre y siempre lo mismo. Cuando niña, impaciente lo esperaba; me vestía de fiesta y salía a la calle a pregonarlo. No sea usted tenaz. Todavía lo veo jugando ajedrez con el abuelo. Al principio eran sueltas sus visitas; se volvieron muy pronto cotidianas y la voz del abuelo fue perdiendo su brillo. Y usted insistía y no respetaba la humildad de su carácter dulce y sus zapatos. Después me cortejaba. Era yo adolescente y usted con ese rostro que no cambia. Amigo de mi padre para ganarme a mí. Pobrecito el abuelo. En su lecho de muerte estaba usted presente, esperando el final. Un aire insospechado flotaba entre los muebles Parecían más blancas las paredes. Y había alguien más, usted le hacía señas. El le cerró los ojos al abuelo y se detuvo un rato a contemplarme Le prohibo que vuelva. Cada vez que los veo me recorre las vértebras el frío. No me persiga más, se lo suplico. Hace años que amo a otro y ya no me interesan sus ofrendas. ¿Por qué me espera siempre en las vitrinas, en la boca del sueño, bajo el cielo indeciso del domingo? Sabe a cuarto cerrado su saludo. Lo he visto con los niños. Reconocí su traje: el mismo tweed de entonces cuando era yo estudiante y usted amigo de mi padre. Su ridículo traje de entretiempo. No vuelva, le repito. No se detenga más en mi jardín. Se asustarán los niños y las hojas se caen: las he visto. ¿De qué sirve todo esto? Se va a reír un rato con esa risa eterna y seguirá saliéndome al encuentro. Los niños, mi rostro, las hojas, todo extraviado en sus pupilas. Ganará sin remedio. Al comenzar mi carta lo sabía.
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