Antonio Porpetta
Las sirenas
Vieron llegar la nave: como siempre elevaron sus cánticos pianísimos, sus murmullos de lluvia y arboleda que un céfiro brumoso llevaba lentamente a las sienes morenas de los hombres, allí, donde se oculta el desconsuelo y remotos paisajes se atesoran con el secreto brillo de su azogue...
Vieron pasar la nave: nadie se conmovió, nadie se derrumbaba, loco, sobre el agua, nadie quiso buscar, enajenado, sus pechos luminosos, sus miradas de jaspe, sus escamas de fuego y de coral. (Un hombre entre cadenas, hermoso como un héroe, desgarraba con llantos y alaridos aquel hondo y sereno navegar...)
Vieron cómo la nave se alejaba ajena, indiferente, en calma singladura hacia islas felices y puertos abundosos, firme como el destino, libre como el olvido, desplegadas sus velas al viento y a la sal...
Ausentes, melancólicas, asoladas de un lívido temor, dejaron de cantar, envejecieron, quedaron con los siglos ignoradas de todos, convertido en historia dormida su recuerdo. Y una pobre mañana, entre un torpe revuelo de peces fugitivos, diéronse a lo profundo, naufragaron su pálido esplendor...
Todos los navegantes debieran perdonarlas: ellas nada querían, ellas sólo cantaban y cantaban... Ellas nunca supieron que en sus voces habitaba la muerte.
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