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Carlos Marzal
Los monstruos nunca mueren
A Felipe Benítez Reyes
Los monstruos nunca mueren.
Si crees que retroceden, si parece que han olvidado el rastro de tus días, tus lugares sagrados, tus rutinas, el bosque inabarcable de tus sueños; si sonríes porque ya no recuerdas la última noche en que te atormentaron, ten por seguro que darán contigo.
Y entonces pisarán donde tú ya has pisado, incendiarán tu bosque, tendrás cita con ellos en su cama, jugarán con tus cartas, beberás de su copa y soñarán por ti castigos impensables.
Los monstruos nunca mueren. Viajan dentro de ti, regresan siempre. Son los pasos que escuchas en el destartalado desván de la conciencia, el ruido del somier de dos que follan en el cuarto contiguo en que no hay nadie.
Los monstruos son las sombras chinescas que proyecta un insomne demonio en la pared, o el salvaje aleteo de un pájaro invisible en un cofre cerrado; la llamada en mitad de la noche, sin respuesta, y es la respiración del monstruo la que está al otro lado, jadeando. Son el centro de un ojo que no puede dormir, porque no tiene párpado.
Pasa el tiempo, se pierde, la memoria se pudre, desolladero abajo de nosotros. El amor se consume por obra de su fuego. Los secretos terminan traicionándose, cede la fiebre, el sol declina, se nos muere la dicha del que fuimos, el que somos se muere sin saberlo. Pero los monstruos no. Los monstruos nunca mueren
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